lunes, 19 de agosto de 2019

"El País"

La crisis que tenemos desde hace rato en el país se convierte inmediata e inevitablemente en el tema de conversa. Ese “país” se va convirtiendo en la terrible referencia con la que adjetivamos todo lo malo a nuestro alrededor. Pues déjame decirte que “el país” se está metiendo en la casa, en el trabajo, en la escuela, en la empresa, en la iglesia; y como está regado por todos los rincones, la nueva moda luce normal, porque “la cosas son así”, porque “hay que sobrevivir”, porque “sálvese quien pueda”. Es así, entonces, como vemos corrupción en el trabajo y la iglesia, robos y asesinatos en las casas y las escuelas, dictaduras y abusos en los hogares, las escuelas y las oficinas públicas, además de la indiferencia que cobija todo el panorama. Ojalá que algún día no muy lejano deje de existir esta normalidad contemporánea que nos hace participar a juro, cuando menos, como cómplices silenciosos.

miércoles, 7 de agosto de 2019

El ego te gobierna (o Demostración rápida de aceptación)



Una noche de sueño difícil por causa del vecino y sus fiestas, de sus risas, su pumpún  y sus “ruidos” constantes, interminables. Esa desfachatez del individuo desconsiderado que ojalá y viniera la policía y se lo llevara, pero como no se lo lleva, voy a estar cada minuto mentándole la madre y quién sabe si un día de estos le corto el cable de la corriente del tablero principal. ¡Qué ladilla! ¡Así no se puede vivir!
Al día siguiente, en ese mismo dormitorio y a la misma hora, con tu misma mentalidad justiciera, arranca a caer un tremendo aguacero. Las gotas inmensas caen en los toldos y produce un “sonido” constante e interminable. Con el rugido de los truenos y los fogonazos de los relámpagos se meten en ese mismo dormitorio, pues solo se te ocurre dormir despatarrado y hasta con una sonrisa en los labios, comentando mañana a tus compañeros lo sabroso que dormiste anoche en esa ausencia de silencio y oscuridad constantes.
Ni se te ocurre fijarte en el grado de violencia de tu reacción a la fiesta del vecino, en contraposición a la aceptación que practicas con el aguacero. ¿Aceptación? ¿Aceptación a qué? Pues te diré que no puedes denunciar a nadie por el agua que cae del cielo. No puedes quejarte ante ninguna autoridad por los relámpagos que se meten por la ventana. No puedes “corregir” la situación del clima. Aceptación a lo inevitable, a lo injuzgable, a lo incorregible, a lo natural, a lo que no tiene caso cuestionar.
¿Será que podemos practicar esta aceptación al resto de situaciones a las que nos resistimos altisonante y diariamente, y hacer que, quién sabe, hasta nos dé ganas de dormir un camarón? Suerte con eso.

martes, 23 de julio de 2019

¿Es eso efectivo?

Nuestra vida cotidiana transcurre en la acción y la búsqueda por resolver las necesidades que van a apareciendo mientras la vida es vida. Desde cepillarnos los dientes, desayunar o pagar las facturas pendientes hasta estudiar una carrera, definir el estilo de vida o planificar el futuro, el hacer cobra especial significado como el único medio para lograr los objetivos, sin duda. Una vez arrancada la máquina de hacer, la mente, el timón de la acción, alinea creencias con tareas y funciona día y noche… y madrugada. Y en medio de ese torbellino, de la gastritis y las alegrías pasajeras, cabe preguntarse ante cada paso: ¿es esto efectivo? ¿Es cada cosa que emprendes de esa manera tan enérgica, efectiva? ¿Es efectivo pensar como piensas, decir lo que dices, hacer lo que haces? ¿De verdad te dan los resultados necesarios para lograr tus cosas? ¿De verdad te resulta efectivo cumplir con cada deber autoimpuesto sin examinarlo de vez en cuando? ¿Realmente te sirve cada diligencia, cada trámite cerrado, cada ritual, para sentirte cada vez mejor? ¿O es que ya la costumbre, la obligación contrabandeada y el hacer por hacer se adueñaron de tus días para hacerte su esclavo? Yo te diría que lo consideres. Yo te diría que revisaras de nuevo esa maleta tan pesada que cargas de allá para acá, aduciendo que “es necesaria”. Yo te sugeriría que quites el polvo y la paja de toda esa tramoya hasta llegar de nuevo a lo básico, a lo fundamental, a lo que te hizo emprender tu camino original, y mira, cuidado si con tanta distracción y lucecitas, ya perdiste tu camino y lo que te queda es una cáscara vacía, un proyecto que no cuajó, una mentira en el mostrador.

miércoles, 17 de julio de 2019

La otra arca


Muy poco se supo de la otra arca. Se cuenta que esta arca no era una embarcación física construida por la mente ni las manos del hombre. Se dice también que no hubo ninguna inundación por lluvia que salvara a unos pocos y eliminara a los demás. Afirman que no hubo un Dios externo, distante, que dictaminase el cataclismo. Cuenta el relato que todo surgió desde el interior de cada uno de los seres que participaron en esta nueva historia, en la que la conciencia y la inconsciencia tuvieron su última contienda.

En esta nueva historia sí hubo muertes y salvados, pero no del modo tradicional. De hecho, las muertes esta vez fueron voluntarias, conscientes, y produjeron un renacer. Sí hubo llamados, sí hubo convocatoria, pero no a reunirse en un sitio geográfico, no al abordaje de artefacto alguno que nos salvaría del torrente gigantesco ajeno a cada uno de nosotros.

La salvación, esta vez, estuvo a cargo de quienes acogieron a la conciencia como nueva forma de vida. La muerte solo ocurrió en la persona anterior, a la inconsciente, a quien por una inflamación desmedida del ego, empujaba a su fin su propia existencia en el planeta. Fue la muerte de la inconciencia, de la demencia, de la compulsión alienante de autodestrucción.

No hubo tiempo para la reflexión, para el examen de las cosas, para organizar ejércitos de líderes o educadores. Debido a la urgencia, no hubo tiempo de separar en grupos, de repartir el plan, de coordinar las acciones. Fue entonces cuando lo insoportable del sufrimiento entró en escena como la última opción. Fue el sufrimiento, que a falta de la terapia efectiva debió esculpir la nueva obra, debió tomar el timón y reventar las defensas del ego individual y colectivo para dejar entrar la luz en la penumbra, en esos sórdidos entornos a los que la civilización nos había llevado; en ese aquelarre moderno en el que todos sobrevivíamos con placer patológico, en esta “normalidad” a la que nos habíamos habituado, abusando del cuerpo, de la mente, del prójimo; haciendo brotar las peores enfermedades, desvirtuando los ciclos otrora perfectos de nuestra naturaleza, causando la muerte indigna de nuestro cuerpo físico por el amordazamiento, por la acumulación de basura y ruido sobre nuestro mundo espiritual.

De hecho, el cataclismo no fue la noticia. El cataclismo ya venía sucediendo de forma orgánica y no tan silenciosa. El acontecimiento a resaltar fue la salvación, la muerte en vida, voluntaria −de lo que algunos llaman “la vieja naturaleza” y Claudio Naranjo denominaba el “homo demens”− y su posterior y consecuente renacimiento a la luz de la conciencia de los seres que al fin pudieron domar sus emociones, sus pasiones y adicciones, para finalmente abrir su espacio interior a la vida, a la compasión, a la empatía, al gozo verdadero, a la paz y a la convivencia amorosa con la conciencia como vehículo, de la mano del autoconocimiento, del reconocimiento del otro como de sí mismo: porque si tú y yo somos lo mismo, lo único que quiero para ti es el bien.

lunes, 8 de julio de 2019

¿El espíritu? ¿Qué vaina ejesa?

Mente, cuerpo y espíritu, he escuchado por ahí. Siempre lo dicen. El cuerpo, está claro, fácil de ver y saber de él. La mente, que al parecer es o habita en alguna parte del cerebro, también es fácilmente ubicable, aunque no entendamos bien cómo funciona. Pero, ¿el espíritu? …siempre ha tenido un tinte oscuro y misterioso. A veces parece solo una proyección, una construcción de la mente, es decir, del cerebro. En este respecto, he sentido cosas extrañas que no he podido ubicar.

He tenido sensaciones que parecieran ser mucho más profundas que un pensamiento, que una idea, e incluso que una creencia. He vivido silencios absolutos en los que la mente parece perder el protagonismo y detenerse, dejándome en una especie de tranquilidad y de gozo muy novedosos para mí. En medio de esos paréntesis, he creído ver a la mente funcionar y complicarse solita desde un punto superior, desde un espacio vacío, como si la viera desde arriba, como desde un vuelo.

Es todo muy raro. Parece un sueño. Mientras floto en ese espacio, parezco abstraerme de la mente y del cuerpo para observarlos cómo actúan con detalle. He notado a mi mente enredada en sus pensamientos, tratando de mortificarme con los asuntos pendientes. Y cuando doy de nuevo el salto al espacio, a la nada, veo con claridad que realmente no tengo problemas, que era puro drama del momento. De vez en cuando, la mente y sus pensamientos parecen agarrar tanto impulso, tanta velocidad, que más bien se asemejan a una máquina fuera de control a punto de descomponerse. Es entonces cuando doy de nuevo el salto y veo todo el escenario, sin drama, sin sobresalto y pongo orden en la pea.

Todo parece controlable desde ese nuevo punto de “vista”, de amplia tranquilidad, en el que parece no haber costumbres o miedos del pasado que condicionen lo que hago, ni tampoco la ansiedad fastidiosa del porvenir, de las cosas por hacer. Ese espacio mágico misterioso se me parece mucho a lo que he estado escuchando sobre el espíritu.

Si es eso el espíritu, si plantea ese nuevo escenario para existir, esa torre de control estabilísima aparte del atropello cotidiano, bienvenido sea. Si es el espíritu esa nueva manera de verlo todo, como si estuviese en un helicóptero dentro de mí para poder ver claramente las formas y los caminos a seguir, la verdad es que me quedo con él. Aunque esos paréntesis, esos períodos de vuelo silencioso por ahora son muy breves, seguro puedo prolongarlos para lograr algunas cosas interesantes, con mi mente, sobre todo, que pasó no sé cuándo a ser, de una herramienta magnífica, a ser el gobierno usurpador e ineficaz de mis días; que permanece en ruido permanente, como el niño fastidioso que trata de que le haga caso y que haga valer todo lo que sufrí y aprendí en el pasado; mi mente, que desde aquí parece haber ocultado, con argumentos leguleyos y muy brillantes, hasta ahora, a esta conciencia superior a la de ella, a esta profunda, increíble y absurdamente desaprovechada dimensión de mi existencia.


martes, 2 de julio de 2019

No queremos gente nueva



Quienes ya hemos echado un vistazo a cómo van las cosas debemos estar de acuerdo con que el ser humano de la actualidad, en medio de su inconciencia, está destruyendo el medio ambiente y su mundo interior. No hay que ser científico, siquiatra o sabio: la cosa está mal… la estamos embarrando.

Como expresión trillada, pero cierta, la solución es el surgimiento de la conciencia en todo el mundo, esa conciencia que restablecerá el equilibrio interno y externo del humano para garantizar su supervivencia física, sicológica y espiritual.

Pero, ¿cómo sería ese ser humano nuevo? ¿Cómo serían ese hombre y esa mujer que vendrían a desactivar la locura diseminada por todos los rincones? Obviamente, deberán ser distintos a lo que tenemos ahora. Pero, ¿cuán distintos? ¿Cuán distintos a nosotros? Quizás lo suficiente como para que no nos gusten, como para que no nos caigan bien, como para que le hagamos la vida imposible hasta que desistan de su propósito.

Los humanos de ahora tal vez no dejarían florecer al ser humano nuevo, equilibrado. Sería como meter unas ovejas en el corral de los lobos para tratar de cambiar a los lobos.  Sería un rápido exterminio al intruso. Quien teme atacará al que no teme. Quien está infestado de apegos atacará al desapegado. Quien depreda atacará a quien se integra. Quien se idolatra en su pequeño mundo atacará a quien se siente parte del universo.

Bajo esta óptica, tal vez eso de querer una nueva manera de vivir es puro gamelote. Tal vez eso de convertirnos en algo que tememos u odiamos nos parezca todo un suicidio. Tal vez, y para terminar, eso de sobrevivir ya haya pasado a ser, de un futuro prometedor a una utopía demente de seres enloquecidos que va destruyendo todo lo que necesitan para seguir viviendo.

jueves, 27 de junio de 2019

No me gustan los grupos


No me gustan los grupos humanos. No me gustan, porque son la multiplicación enloquecida de la mente del más humilde de sus individuos. No me gusta nada, porque le quita a cada integrante su propio sentido de pertenencia y se lo regala a una multitud con incertidumbres acumuladas, convirtiéndose luego, todo ese gentío, en esclavo de la pertenencia al grupo, al grupo fundamental.

Entonces es cuando comienza la función. El grupo dice tener “identidad” y se pasea por las calles, las casas, los medios y los libros, muy risueño y seguro él, con eso de la identidad. Hay actos, se inventan colores, material de promoción y un silbatico muy estridente para anunciar el éxito de la unión de ese pocote de individuos insuficientes para ellos mismos. Hay roles que parecen ser más importantes que otros dentro del grupo, y parecen también recibir mayor reconocimiento. Estos roles “importantes” se van erigiendo, con la aprobación de los más complacientes e interesados, en los jefes, en los orientadores, en los nuevos dioses. Se establece la primera división; ya son dos subgrupos. No hay debate, no hay discusión: “las cosas son como son, amigo mío, y cualquier intento sería traición al monolito”. Es entonces cuando los representantes de los roles menos importantes se van indignando y, ante la imposibilidad de tumbar al líder ilegalmente autoerigido, deciden salirse y crear su propio grupo.

Así es, pues, con la justicia como bandera, se crea la segunda división, el segundo grupo no tan fundamental. No tardará este flamante segundo grupo en practicar los mismos vicios del primero: son los mismos ángeles salvadores. Pero antes, mostrarán su nueva bandera, sus nuevos colores y uniformes, su —ahora sí— contundente manera de pensar y hacer, muy distinta a los del “otro grupo”. Eventualmente, se repetirá la historia de amor y dolor. Esta multiplicación, esta mitosis sucesiva, infinita, puede durar años en darse y es por eso que, quienes presencian el espectáculo actual no viven lo suficiente como para comparar entre el pasado y el presente, entre lo anterior y lo actual, entre lo “bueno” y lo “malo” para crearse un criterio. Por esto, en esta sociedad moderna y en la que es tan fácil argumentar con la vehemencia del caso, estamos infestados con grupos puristas, radicales y enfurecidos permanentes, con grupos académicos de maletín, que a falta de experiencia directa, optan por las versiones de la historia que más les complace, una historia escrita con manos interesadas y que claro, para variar, no para de fortalecer los grupos existentes.

Pues, aquí estamos, repletos de grupos, rodeados de pequeñitos e insuficientes mundos como para poder caber todos, mientras los que no se deciden todavía por el grupo por el que darán la vida, si hiciera falta, seguimos viendo el desfile con no mucho interés. Sin embargo, quién sabe… puede ser que me veas el año que viene hablando raro, disertando en la plaza o en la asamblea, representando a mi grupo, cumpliendo a pie juntillas con esta desfachatada aberración de la sinergia.


martes, 25 de junio de 2019

Creen que creen



Cavilando en medio del ocio y con alguna ayudita, rayé un cuadrito y una lista pequeña sobre creyentes y no creyentes, y aunque aplica para varios entornos de la vida cotidiana, dediqué esta píldora solo a la creencia religiosa o espiritual.

Separé a la gente en el grupo de los que creen y los que no creen. Luego saqué dos subgrupos: los que creen que creen y los que saben que no creen. Mirando para el techo, me fue fácil situar estos dos últimos subgrupos en su grupo correspondiente: los que no creen. En medio de lo trivial que pudiera parecer la observación, quedé rascándome la cabeza.

1.       Está claro que el ser humano que no tiene la creencia y está claro en su posición, buscará en el mundo tangible ese equilibrio que, para los creyentes equivale al aspecto espiritual que los ayudará a conseguir la salvación.
2.       Los creyentes, por su parte, tienen el deber de cultivar su fe mientras logran, en algún momento, sentir y mantener la conexión divina, su comunicación con Dios.

Los otros dos subgrupos de la no creencia son mucho más relativos y complejos a la vista, dado que se sitúan entre quienes voluntaria o involuntariamente y por algunas razones ocultas ante sí mismos y los demás, no creen en Dios y sus designios… al menos no cabalmente, que es lo mismo. El siguiente fue el grupo que me atrajo más la atención:

3.       Por un lado, quienes solo creen que creen parecieran ser víctimas de sus deseos de salvación, pero no cuentan con la convicción necesaria para avanzar en la creencia, para lograr la conexión. Sin embargo, este grupo no está exento de ser engañoso, queriendo o sin querer. Bajo el manto inconsciente del deseo de ser salvos, se tejen marañas operativas y leguleyas que afectan el cumplimiento al mandato de la Palabra. Un sí pero no, una interpretación amañada del texto, un comportamiento santurrón y pacato que desvirtúa el carácter sagrado del entorno y que sirve para vestir una armadura que les proteja de las dudas, de la discusión, del debate. Y así van avanzando en su elemento, asistiendo “religiosamente” a las iglesias, engullendo versículos, pegando librazos, convirtiéndose en las autoridades potenciales del templo, señalando con señorío, como los hijos preferidos del Señor que creen ser, mientras los demás obedecen y trabajan.

4.       Por el otro lado, quienes saben que no creen, se meten de lleno en su teatro para convencer al resto de que su objetivo es la bondad, la salvación, la vida eterna. Es, en dos platos, un lobo que pudo meterse en el corral. Son muy similares al grupo anterior, pero totalmente al tanto de su vulgaridad.

Después de este vuelo rasante por un tema harto complejo, igual estamos claritos en que estos dos últimos grupos de personas (3 y 4) tienen una peligrosa lucha interna que los grupos 1 y 2 dan por encaminada. 

El gran problema entre los grupos humanos que conviven en el planeta, mirando desde esta silla de escribir, no parece ser creer o no creer, sino manifestar algo de respeto y honestidad hacia los demás al momento de vociferar sus pretendidas tendencias personales, mientras logran establecer sus enormes empresas de falsa bandera.

jueves, 20 de junio de 2019

Células cancerosas


Células cancerosas de la colectividad. Desde algún punto de vista, eso parecemos ser. Somos organismos creados perfectos, pero que por la acción continua de la civilización vamos adquiriendo agujeros, carencias, complejos, que nos hacen dañinos para nosotros mismos, en principio. Entonces, una vez que nos declaramos aptos para la vida adulta, pasamos de ser individuos aislados, protegidos, a ser integrantes de un tejido masivo conformado por seres sin herramientas afectivas, afectados por las mismas ansiedades, los mismos temores, por las mismas frustraciones. Y pasando ya a formar parte de algo mayor, creamos un tejido a imagen y semejanza de esos individuos maltratados atomizados. Se crea una “conciencia colectiva” –como si eso existiera–, un pensamiento colectivo, unos deberes impuestos por esta nueva figura frágil, pero poderosa en razón de su tamaño.

Eventualmente, aparecerá el líder, un individuo producido por este molde imperfecto llamado “sociedad”, por ese troquel de expectativas, de miedos que todos niegan, que todos fingen no saber de dónde salió. Este líder, más atrevido, con un poco más de carisma, de academia, de complicidad, y con su propio cargamento de basura a cuestas, se unirá a otros con igual herencia y formarán esos grupos de autoridad que le indicarán el “camino correcto” al resto, a esos que solo esperan que algo, alguien o alguna forma de pensar los saque del hueco del que nunca pudieron salir por falta de visión propia, por falta de una perspectiva favorable.

Para este momento, ya tenemos un organismo maltrecho, demente y con poder autónomo de decisión a cargo de todo. Como resultado de una locura tras otra, de semejante acumulación de absurdos impulsados por el ego desmedido de sus células, desfilamos por las pasarelas del engaño, con muy buena pose, con un orgullo sonriente, mientras realmente somos un tumor a punto de matar al cuerpo atrofiado que lo transporta.


En este punto, vale el esfuerzo preguntarse si cualquier estructura masiva perdurará si en su constitución fundamental alberga piezas incompletas o de mala calidad. Asimismo, vale la pena preguntarse si cualquier colectividad, cualquier grupo humano, podría funcionar en favor de sí mismo si en su constitución fundamental está conformado por seres incompletos. Yo creo que no.


sábado, 15 de junio de 2019

Respeto mata verdad



La búsqueda de la verdad ha pretendido ser una de las empresas más importantes y duraderas. Normalmente flanqueada por sabios, pensadores y creyentes, que han hecho un esfuerzo por mantenerla después de encontrarla, ha logrado malograr a más gente de la que se hubiese imaginado. Entonces es cuando vienes tú con tu verdad a aplastar la mía, yo me enojo y te la restriego en tu cara para después terminar en supuestas “discusiones” entre gente pensante, inteligente ella.

Cuando alguien habla de la verdad no acepta dudas, variaciones o disidencias de sus interlocutores, no. Cuando alguien habla de su verdad particular, de su interpretación de alguna verdad más grande, se erige como una regadera de bendiciones para quienes lo escuchan; y como habla tan bonito, me lo tengo que creer o le hago la guerra con lo que acabo de leer.

Pero nadie habla del respeto, que quizás es la verdad primera que debería gobernar. Imaginando que alguien tuviese “la verdad” en sus manos, el respeto debería ser el hilo conductor de sus palabras, de todo ese discurso altisonante. No es raro ver por ahí gente con un panfleto, con la Biblia o con una entrevista televisiva bajo el brazo, negando con la cabeza y manoteando a su audiencia, mientras esgrime sus argumentos apasionados, infalibles, autoritarios. Son, en la práctica, los detractores más tremendos de la mayéutica de Platón, mientras afirman, a sombrerazos, ser los portadores de algo que todos necesitamos saber.

El tan ausente respeto podría servir para abrir oídos y corazones, para necesitar escuchar lo que el otro piensa y siente y sus razones; para aprender del otro y hacer que escuchen nuestras inquietudes para ver si conseguimos respuestas entre nosotros mismos, pues… entre panas.
Pero no. Tan vehementes que somos, tan inyectadores de criterios que nos creemos, tan reyecitos de la oratoria que nos vendemos, que nadie —¿escucharon?— ¡nadie! ¡va a venir a decirme que lo que aprendí anoche es mentira!


miércoles, 12 de junio de 2019

Sueños ajenos


Sueños ajenos inoculados desde las aún festejadas tres carabelas repletas de criminales marginados, enceguecidos por la fortuna.

“El venezolano es flojo, vivo”, nos dicen desde chiquitos. Por lo tanto, me voy bebiendo sorbo a sorbo eso de no ser venezolano, mientras el mensajito imbécil se instala en nuestra cabeza.

Compendio de razas hacinadas en un mismo territorio en contra de sus voluntades arrodilladas, a las que les cuesta sentir orgullo de esta mezcla no solicitada, llevada a cabo, en principio, por la violación de seres humanos entonces descritos como animales.

Sueños ajenos que se apoderan de nuestras horas, de nuestras creencias, de nuestras voluntades, de nuestras decisiones, para finalmente adueñarse de esta, nuestra historia repetitiva y fastidiosa de contar.

Sueños ajenos que perviven muy dentro y que nos aleja de eso que llamamos identidad.

Sueños ajenos y sofisticados que cada vez noquean a esta memoria colectiva frágil que, invariablemente, nos empuja a anhelar un pasado mejor que nunca existió y que misteriosa e inexplicablemente nos trajo a este drama.

Sueños ajenos que en parpadeante retórica reclaman la reconciliación, pero nuestra memoria bien entrenada para la calamidad nos impedirá saber si alguna vez estuvimos en conciliación.

Finalmente, esos sueños ajenos se plantan en definitiva para exigir rentabilidad, resultados, y es cuando no hay vuelta atrás. Es entonces cuando se elevan las anclas y desaparece el arrepentimiento posible para morir lejos, aunque calentitos, de esto que pudo ser un sueño propio, mancomunado, grandioso, llamado “Venezuela”.

martes, 11 de junio de 2019

¿Quién arreglas esto?



Alguien tiene que parar esto. Alguien tendrá que darle fin al desastre. Alguien deberá ponerle punto final a este ciclo infinito de degradación del ciudadano. El pillaje ya se hizo dueño de las calles, de las instituciones, de las desesperaciones. Cada vez menos personas son las que se detienen al ver a un ser humano en desgracia, al vecino jodido, para fingir que todo está bien y seguir en su garabato de vida.

Muchos se lamentan de la situación, como es natural. Otros con menos filtros gritan y manotean la cara del otro. Otros, todavía con reservas, juegan a que no ven, a que no saben, mientras el barco de todos se sigue hundiendo. ¿Y quién para esto, entonces? La respuesta a la mano es Dios, un semidiós o un político –que es más o menos lo mismo–, un cataclismo que se lleve a los malos y deje a los buenos miedosos reconstruir entre los escombros.

¿Cómo serían los reconstructores? ¿Genios, maestros, abogados, comerciantes? ¿Qué edades tienen ahora quienes comenzarán por el camino limpio, depurado? Por razones lógicas de tiempo y oportunidad, yo me inclino a pensar que son los niños los depositarios de esa esperanza y esa nueva manera de sentir, de pensar, de actuar. Sí, sí, esos bichitos fastidiosos que nacieron sin querer, que no dejan de joder, que lo que hacen es jalar plata, que hay que comprarles un videojuego o un teléfono inteligente para que nos dejen, a nosotros, las joyas que destruyeron todo, en paz.

Pero, ¿quiénes los educarán? ¿Quiénes los llevarán de la mano? ¿Sus padres, sin afectos cultivados ni herramientas aprendidas? ¿Sus maestros, hundidos en la desmotivación eterna del sistema? ¿Los funcionarios públicos, que pescan y ahogan en río revuelto? ¿O nuestros empresarios, reyes del sálvese quien pueda? Pregunta difícil de responder.

Los jóvenes padres, hijos de esta generación, tienen la labor cuesta arriba de colocar en las mentes y los corazones de los pichurros las herramientas para disfrutar y defenderse en la vida; jóvenes padres que no fueron educados ni instruidos por los suyos o por el Estado, nuestro padre institucional abandonador, infestado, a su vez, por esos jóvenes padres y abuelos corrompidos por la crisis y sus oportunidades. 

¿Cómo salir de este círculo más que vicioso? ¿Cómo romper con la involución constante que nos arrima al borde del barranco definitivo? La respuesta lejana, por supuesto, es el uso de la conciencia. Pero, ¿quién –o qué– nos orientará hacia ese estado mental en el que se vislumbra el camino más conveniente, sin miedos, prejuicios o caprichos? Ya eso sería mucho responder.

Mientras tanto pasa, que siga el despojo descarado, la destrucción de posibilidades, el chamuscado de sueños. Tal vez, y como dicen los viejos en las colas interminables, lo que hace falta es terminar de caer para comenzar en serio.

lunes, 10 de junio de 2019

Aritmética emocional

¿Qué tal si agarramos todo lo que ya vivimos y le damos un sentido de agradecimiento? ¿Qué tal si a pesar de lo que nos pudo compungir durante nuestra existencia, agarramos todos esos cables sueltos y los conectamos con buena disposición para que nos sirvan de consuelo? Si al llegar al final de nuestras vidas, nuestra aritmética emocional de ingenieros del éxito resulta negativa, creo que lo mejor sería abrir bien los ojos por primera vez y acoger el otro camino, el que nunca quisimos recorrer por vergüenza; dejarse llevar, tal vez, por eso a lo que siempre nos negamos a aceptar como un logro, como algo de pendejos, de ingenuos comeflores, y comenzar a ver que hubo más razones para vivir que las que hubo para quejarse. 

sábado, 8 de junio de 2019

Derrotar al gigante

Afrontar al gigante. Derrotar al muro. Desmenuzar al obstáculo. Dividir al problema en trozos menores, manejables, digeribles para luego acometer el proyecto, la tarea, el encargo que en principio luce invencible. Pero nunca resulta tan fácil porque nosotros mismos nos resistimos a tal esfuerzo, a semejante empresa. Nosotros —y casi siempre nosotros solitos—, nos damos a la tarea de no hacer la tarea, de poner peros y frenar voltear cualquier flecha que apunte pallá. Eso de apabullarse y cerrar los ojos es el pan nuestro a la hora de movernos, lo que resulta en la parálisis, desdeñando la opción, parados ahí, resistiéndonos a lo que nos afirman “es tremenda oportunidad”.  Pero fíjate que si nos acercamos con algún interés, podremos ver que el mamotreto tiene grietas, divisiones, partes que separadas no meten tanto miedo y hasta suscitan el conocido “¿y eso era todo?”. El todo y sus partes. El todo asusta a priori, mientras que cada una de sus partes deja ver mejor nuestras posibilidades para avanzar. Si logramos acercarnos lo suficiente a la gran cosa, comenzaremos ver conexiones, sucesiones, repeticiones, pequeños mecanismos que podemos entender con muy poco esfuerzo y estando allí mismo, en medio de la superestructura a la que le teníamos culillo, irán apareciendo las ideas, los modos, y sobre todo ese impulso que nos hacía falta para armar el itinerario y arrancar de una vez con nuestro proyecto. Los éxitos posteriores no están garantizados, pero el camino recorrido hasta derrumbar nuestros propios miedos será suficiente ganancia por ahora.

viernes, 7 de junio de 2019

El autoconocimiento



Como origen de una nueva humanidad, hay que seguir caminando hacia el amor hacia uno mismo, ese invisible poblador del segundo mandamiento cristiano. El sol de hoy nos deja ver que no se puede dar lo que no se tiene, por lo que no queda más camino que cultivar el amor propio para luego compartirlo con el otro. Independientemente de lo difícil que pueda parecer y ser, no se visualiza, desde aquí, otro camino. Lo demás es pasión romántica. Lo demás son favores. Lo demás no tiene qué ver con el amor verdadero, ese que hace ver al otro como parte de uno mismo, de lo mismo, y como tal, hay que estar siempre al lado de ese otro que no resulta tan “otro”.
Amar sin conocer es imposible. Así como amar a un país sin conocerlo, sin viajar por sus accidentes, por sus maravillas, conociendo la gente que vive ese país cada día, es imposible, así mismo es necesario saber cuáles son nuestros predios internos, nuestros terrenos no explorados y caminarlos, saber qué llevamos dentro y ante cuáles estímulos reaccionamos y de qué manera, para tener claro el objeto, el destinatario de nuestro amor.

Ningún bienintencionado nos dijo de dónde a dónde llegaba ese terreno con la certeza necesaria, por lo que es inevitable, para conocerlo, recorrerlo e identificar cada rincón con algo de dolor y mucho de honestidad. La mayoría de las veces pareciera que ese recorrido no es voluntario, sino debido a un impulso de pasión o desenfado. Una pareja prohibida, un dinero fácil o una omisión catastrófica pueden funcionar como estímulos para caer por nuestros barrancos, saber el límite del terreno por ese flanco establecer las fronteras de ese terreno que, a fuerza de latigazos, vamos mapeando con precisión.

No se trata tanto de conocer los límites, que contiene una connotación negativa, represiva, sino de delimitar nuestras posibilidades reales. Delimitar viene siendo ese construir el mapa, agregando, cada vez, más posibilidades. Es obvio que todo tiene un límite y eso hay que comprenderlo: a la vez que se podría apreciar lo ajeno, lo que quedó fuera de nuestro terreno como un anhelo o una pérdida, también existe la posibilidad de mirar hacia adentro y regocijarse con el tesoro silencioso que hay allí.

Es difícil concebir que este punto de reconocimiento de uno mismo llegará temprano en la vida, dado que se necesita tiempo y circunstancias adecuadas para recorrer el terreno, ensayar, errar cada vez e ir dibujado nuevas líneas en nuestro mapa, siempre en construcción, siempre en ajuste. Esto da a entender que se necesita llegar a cierto punto de la adultez para comenzar a recoger los vidrios rotos y deshacerse de los escombros a cuestas; para desaprender métodos fallidos y replantear de nuevo el camino bajó una nueva óptica madurada, bajo una nueva luz que nos oriente.

Después de haber recorrido una parte de este complejo camino y desvelar mucho de lo que somos y nuestras posibilidades, es difícil no amarse, no caerse bien, sobre todo porque todo se va haciendo honestamente, ya sin las máscaras y pretensiones del pasado apasionado, sobresaltado, inconsciente.
Un buen día nos despertamos y todo luce con nuevos colores, con otras urgencias, con motivaciones diferentes; y aunque el mapa nunca llega a estar completo, sí se siente una mayor confianza en lo que la vida tiene para nosotros, y no es más que el reflejo de lo que nosotros podemos brindarnos a nosotros mismos, a los demás y así ver si vamos cambiando el rumbo demente de aislamiento en multitud que llevamos hasta ahora.


miércoles, 5 de junio de 2019

Quítate la mitad de los problemas de encima



En nuestra cultura occidental, cuando se presenta un “problema”, inmediatamente se crea otro problema asociado al primero que dispara sus efectos en nuestras mentes o en nuestros cuerpos. Cuando se afronta una situación sin las herramientas necesarias para acotarla y resolverla, se generan quejas, suposiciones, proyecciones mentales fatalistas que afectan de inmediato nuestra mentalidad y nuestra fisiología. No es raro que después de darnos cuenta de una situación repentina en el hogar o el trabajo, nos duela la cabeza, se active el reflujo estomacal o se irrite el colon.

En dos platos: por cada problema que se enfrenta, se suma otro, un segundo problema que nos aleja de una solución sana del primero. Es decir, tenemos el doble de los problemas que se nos puedan presentar, y este segundo problema refleja perfectamente que no contamos con los medios internos para dejar de ver esas situaciones a resolver como “problemas” y no como un paso a dar… si es que necesitase darse.

Estoy de acuerdo con que la mayoría de los problemas que enfrentamos son mentales o inexistentes, y creo que es simplemente porque se relacionan con el pasado o con el futuro. El pasado ya no existe, y aunque algunos digamos que gracias a nuestro pasado somos lo que somos ahora, esta afirmación no nos niega las posibilidades de cambiar a nuestro favor en el presente. Respecto del futuro, bueno, es una figura imaginaria contaminada con el rechazo o el apego al pasado y con los deseos del presente. Como locos de atar tenemos una imagen mucho mejor del futuro del que seguramente se nos presentará y nos frustrará… otra vez.

Si te preguntas en cualquier momento: “¿qué problema tengo ahora mismo?” y lo respondemos con atención y honestidad, podríamos concluir en la mayoría de las veces: “Ninguno”.
Haga la prueba. Pregúntese hoy en la noche, qué problema tiene. Seguro su mente comenzará a bombardear cosas como “la inscripción de los niños”, “el repuesto para el carro”, “la operación de mi mamá”. Como ves, ninguno de estos ejemplos refleja un problema que se tenga o se pueda solucionar ahora. Son situaciones a resolver con un esfuerzo específico, en el momento adecuado y con la disposición del caso, y eso no será. Entonces el escenario está claro: usted está desperdiciando estas horas de su vida, desgastándose en problemas que no puede resolver ahora mismo. ¿Le ha pasado que se preocupa y se preocupa por algo que al final no se dio? Y así seguirán pasando “ahoras” por nuestro lado y yéndose directo al pote de la basura porque no nos dedicamos a vivir los momentos actuales de nuestra vida, esa que transcurre y transcurre sin aceptar devoluciones ni repetir fechas.

Entonces: es un problema por el precio de dos. Definir lo que es un “problema” es casi tema de otro programa. Sin embargo, si no se tiene en cuenta qué cosa lo es, casi cualquier cosa o evento del universo que no sea filtrado o aprobado por nuestra pequeña mente en supuesto crecimiento, será un problema —casi nada—.


martes, 4 de junio de 2019

¿Cuál es tu rebote?


Se me antoja que si Simón José Antonio no hubiese perdido a su amada Marquesa del Toro, hubiese dedicado su vida a su familia y a sus negocios; se me antoja también que hubiesen pasado años viajando por el mundo con todos sus bolívares, vivido en la pujante Europa durante sus años maduros para luego terminar sus vidas en sus haciendas, en estas tierras de múltiples paisajes y colores, tan españolas ellas, en la ya longeva Capitanía de Venezuela. Pero no. Su amor romántico murió por culpa de un bicho y ahora tenemos al General Bolívar como a nuestro Libertador. Ese fue su rebote.

A la luz de este antojo, ¿cuáles serían las circunstancias que motivaron que las grandes personalidades de la humanidad llegaran a ser tales? ¿Cuáles fueron sus rebotes? Existe una gran tentación por describir a estos personajes como de grandes almas, cuando sabemos por chismes que muchos fueron seres tímidos, atormentados y hasta sociópatas.

Pudiera ser que a quién se le dio por liberar a un pueblo del yugo extranjero tuvo como motivación liberarse, en primer lugar, del yugo de su padre. Se pudiera ventilar que a quien le dio por ser el mejor en su área lo hizo porque siempre fue cuestionado cuando niño. Incluso podría decirse que quienes se destacaron como genios del arte o la ciencia, tuvieron la “ventaja” de la soledad que produce la desatención parental.

En el otro extremo, se pudiera afirmar sin mucho temor al desatino, que quienes tuvieron vidas más apaciguadas, lubricadas con afecto, entre caricias y pequeños reconocimientos, nunca fueron “grandes celebridades” de nada, sino para su familia y amigos, para luego terminar, felizmente, en el anonimato colectivo.

Es un tema serio y nuevo, por lo que luce enmarcado más en la especulación y algo de sorna. Sin embargo, no deja de ser interesante saber: ¿cuál es tu rebote?

domingo, 2 de junio de 2019

País de repuesto



Después de muchos años sin la necesidad de cambiar un caucho —una llanta, una goma— al carro, tuve que abrir la maleta y sacar el caucho de repuesto. Resultó que no servía. Estaba desinflado y en muy mal estado, muchísimo peor de lo que pude prever. Así que la dificultad se potenció y ahora estoy peor.

Asimismo, con esta misma aproximación, habría que observar la situación del país, en la que cada uno, ante la crisis, debe sacar, mostrar lo que lleva en la mochila para el camino. En muchas ocasiones, al echar mano de los recursos que llevamos dentro, no encontramos una alternativa válida, decente, una manera amorosa, y menos, elegante de hacer las cosas en los momentos difíciles de la ruta.

Así, como no se saca el caucho de repuesto de vez en cuando, se observa, se toca, se da aprobación para ser lo que nos salvará en alguna contingencia, tampoco sacamos a llevar sol nuestras conductas potenciales, nuestras actitudes cívicas, nuestras facultades amorosas, que son nuestras redes de respaldo y que son, al final, lo que nos llevará más adelante a salir de esto. Es obvio que lo que nos trajo aquí no fue una conducta adecuada, madura, constructiva. También es obvio que las conductas ventiladas durante la crisis tampoco son lo que nos sacará de este atolladero.

Hay que hacer la tarea. Hay que revisar la refacción que llevamos dentro y lo que esta produce en nuestro exterior, en el vecino, en la comunidad, para construir el país de repuesto que necesitamos, ese que nos llevará a un sitio seguro para luego hacer los replanteamientos a los que haya lugar para refundar, más adelante, esta, nuestra tierra querida.





sábado, 1 de junio de 2019

Metida de pata ajena


Ya supe que recordar mis metidas de pata me salva de molestar a los demás. Cada vez que vea a otro a punto de cometer un error, prometo que antes de abalanzarme sobre él, me daré un paseíto por mi pasado y me encontraré haciendo lo mismo. La próxima vez que me reviente de ganas de poner en su sitio al vecinito, cerraré los ojos, apretaré todos mis esfínteres y viajaré al momento de mi niñez en el que era yo quien perpetraba esa misma acción que ahora me parece tan vergonzosa. Debe ser así. Es obligatorio que lo haga. No puedo ser tan hipócrita y juzgar con este, semejante alboroto. Los pocos gramos que tengo de conciencia me visitaron y me reclamaron amargamente sobre mi comportamiento, sobre mi irrespeto continuado a los tiempos de los demás, a sus ritmos de crecimiento y maduración. “Ese no es tu problema” —me dijo—. “Trata de retrotraer, por un momento, esas inflexiones dolorosas que sufriste al crecer y toda la basura que tanto te costó dejar atrás para que te pongas en su lugar. Si quieres, lo aconsejas” —continuó— “le pasas el dato, lo levantas del suelo, pero deja el fastidio, porque lo más seguro es que tú hayas sido mucho peor que ese joven a quien atacas, para ahora erigirte como su juez implacable, ese, que pretende reprenderlo cual si fueras un santo varón”.

martes, 28 de mayo de 2019

Monstruo ridículo

El llamado problema no se termina de resolver. Pasan los meses, los años y los siglos, y el problema nos sigue acompañando. Aparentamos ser seres industriosos, organizados académica y socialmente, capaces de emprender investigaciones necesarias, crear tecnologías, producir resultados y terminar de una vez con el bendito problema. En nuestro orgullo infalible para reconocer que estamos equivocados desde la premisa, nos empeñamos en ignorar el origen absurdo del problema en cuestión. Un burro poderoso de la época dictó por capricho y aquella sentencia se volvió regla, se convirtió en ley y se potenció el problema.

Aquella expresión de estupidez proactiva quedó colgada en los anales de la historia como un logro, como una explosión de genialidad de parte de un presunto genio. Y claro, cuando aparecen este tipo de cosas, también aparecen los partidarios, los detractores, los reglamentos que sustancian la nueva ley, las teorías de conspiración y se comienzan a tejer historias de vida que contienen hilos de ese absurdo adefesio, formando parte integrante e inexorable de sus cromosomas por el resto de sus vidas… de nuestras vidas.

El absurdo toma cuerpo, consistencia: Es todo un tema de estudio. Para este momento del relato, el absurdo no tiene discusión, nadie se atreve a cuestionar ese monolito sembrado en el cerebro de las nuevas generaciones. Aunque sigue siendo un absurdo de nacimiento, ya hace muchas lunas que algún desgraciado aparecido se atrevió a disentir y a vociferar en contra de lo que consideró un error gigantesco. En los textos de Historia en las escuelas se reverencia al burro.

En las discusiones y foros se justifica y se blinda la perspectiva del burro. En las reflexiones íntimas, personalísimas de profesionales y autodidactas ávidos del sentido de la vida, orbitan, flotan majestuosos, los baratos y absurdos argumentos de aquel burro, lavado por la tradición, premiado por la providencia.

En fin, una metida de pata del pasado se convirtió en la ley irrefutable del presente… ese absurdo nos persigue, y la mucha petulante sofisticación de la especie reinante, paradójicamente, nos mantiene arrastrándonos en el estiércol del absurdo.

sábado, 25 de mayo de 2019

...Como a ti mismo



Apenas se comienza a escuchar el mandamiento cristiano “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, la gente asiente, aplaude y grita antes de poder escuchar el trozo “como a ti mismo”. De manera que cuando se habla del segundo mandamiento, la carga recae inmediatamente en el amor al prójimo, al otro, y no sobre el origen de ese amor. Según mi corta experiencia en estos entornos, por alguna razón no se aborda generalmente el amor propio, el amor a uno mismo. Normalmente, al mencionarlo y según el interlocutor de turno, podría correrse el riesgo de ser percibido como egoísta o como una especie de cultor de la propia figura.

Si hubiese que arrojarse con desprendimiento a amar al otro, a quien lo necesita ahora, ¿cómo se acometería esta labor? ¿Qué amor podríamos brindarle al prójimo si nunca se nos ha hablado del amor a nosotros mismos? ¿Qué cosa podría ser esa que puede regalar sin haberla adquirido o cultivado antes?

Yo creo que hacer el amago de amar al otro sin nada compasivo qué ofrecer, no es amar: es otra cosa. Puede ser pasión, puede ser hacer un favor, pero la falta de empatía le arrebata la posibilidad de ser amor verdadero.

Nosotros y nuestra constante desconexión con nosotros mismos. Esa misma desconexión que nos mantiene compulsivamente distraídos y no nos deja estar en silencio por un rato sin temer a que nos salgan los demonios no reconciliados del pasado y las angustias del futuro. La misma desconexión que no nos permite conocernos a nosotros mismos por miedo a lo que encontraremos en el camino.

No se puede amar lo que no se conoce, y mientras exista esa desconexión entre lo que somos y lo que creemos o queremos ser; mientras no validemos nuestro instinto como algo digno de sentir; mientras despreciemos y satanicemos los impulsos naturales como parte importante del motor de nuestras acciones, pienso que no podremos amarnos nosotros mismos, y menos amar a alguien sin ir en detrimento de nosotros mismos, sin encontrar cada vez un nuevo culpable de lo que nos pasa, sin sentir al final ese cansancio que produce hacer las cosas por obligación y no por amor.

martes, 14 de mayo de 2019

¿Cambiar al mundo? Déjame pensarlo.


Para cambiar al mundo hay que comenzar por cambiarse uno mismo. De verdad que suena como una semerenda pendejada, pero parece que es así. Somos ladrillos con lo que se construye una sociedad, y si un grupo o la mayoría de los ladrillos se desmoronan o están torcidos, ya imaginamos lo que resultará. En este sentido, hagamos un ejercicio creativo: imaginemos que la gran mayoría hizo su tremendo trabajo en sí mismo y llegamos al cambio que cada uno visualizó. ¿Quién nos dice que ese cambio fue para mejor, en términos prácticos? “¿No era así que debíamos cambiar?”, se preguntaría uno. ¿Qué es lo que nos debe guiar, como sociedad, hacia un futuro de mejor convivencia, de una prosperidad suficiente, de una paz duradera? ¿Será que no todos queremos eso, de la convivencia, la prosperidad y la paz? Por ahora, quienes han regido al mundo no se han ocupado de ninguna de esas tres al menos, destinando o desviando los beneficios que estos elementos (o su escasez) producen para sí mismos. Nos gusta el poder, nos gusta distinguirnos para mejor utilizando los estereotipos occidentales. No nos gusta ser prósperos y exitosos si todos nuestros vecinos también lo son. Nos gusta el éxito, pero que ese éxito establezca una diferencia entre nosotros y quienes no se lo ganaron por flojos o incapaces.



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viernes, 3 de mayo de 2019

No hay retorno sin vuelta


Pareciera, mirando desde aquí, que no hay retorno si antes no se ha dado la vuelta. Es difícil apreciar cabalmente el paisaje si este no se ha recorrido completamente. Así como un libro ha de leerse varias veces antes de entenderse realmente el mensaje, parece no haber manera posible de establecer indicios claros, reglas respetables, argumentos de peso para seguir el buen camino sin torcerse y meter la pata en cada oportunidad. Fallar puede abrir la puerta al aprendizaje. La frustración puede imprimir fuerzas renovadas para comenzar de nuevo. La rabia, la tristeza e incluso la alegría le pueden mover la mata a las trabas del camino para trazar una ruta posible en la realidad de cada uno, comprobada con hechos, lejos de las teorías, las doctrinas y las sentencias de la gente que sabe.

Está muy claro que la juventud es el tiempo para recorrer el camino ancho, para probar, para emocionarse hasta el techo, para intentar y fallar miserablemente; para salir de la batalla recién ganada o perdida con la cara sucia de loco y una sonrisa compulsiva, con alguna enseñanza, que aunque se provenga de una experiencia única, individual, abre las puertas a un mundo de posibilidades para quien recorrió ese camino y tiene ahora en sus manos “alguna verdad” comprobada. Se podría pensar que después de varias batallas, después de muchos malabares y algunas torceduras éticas que pudieron facilitar el camino, es hora de sentarse a disfrutar de los logros y, con suerte, compartirlos con quienes hayan sobrevivido a tu aventura.

Después de esa expansión brutal de las posibilidades, después de que el edificio de nuestra vida ya parece estar construido y asegurado, viene y se asoma, por detrás de algún arbusto del camino, el cuestionamiento silencioso y por ahora prohibido de todo lo que se logró con firmeza y pasión. Después de contar incondicionalmente con techo, paseo y percha, ya sin revisar las cuentas ni la hora como antes, nuestros ojos recorren lo que llamábamos “el llegadero”, disimuladamente, una y otra vez, a medida que se nos va clavando la idea peregrina de que eso no era todo lo que necesitábamos.
Se prenden las alarmas, se llama al médico, se cae en cama. Quiero a mi mamá.

Se produce el derrumbe de las estructuras mentales rígidas después del bombardeo de las dudas y temores que se plantean con las canas. Es luego de que va desapareciendo el polvo de esta última batalla que se cuelan, desde lejos y con atrevimiento, nuevas formas de ver la vida. Parece una batalla perdida con estruendo, pero a la vez, entre la confusión y algunas lágrimas, el nuevo paisaje enfrente deja entrar la cuestión “¿serán así las cosas?”, ”¿habrán sido siempre así las cosas y nunca lo pude ver?”.

Se dan los primeros pasos exploratorios. Con timidez, pero con la convicción de que las percepciones deben cambiar, se prueban los nuevos zapatos, se va afinando las preferencias y se va tomando partido por las opciones que más concuerdan con esta nueva disposición que nos regaló el sufrimiento. Llegó el momento de la depuración a ver qué queda, a ver qué sale. Se simulan posiciones, se ejercitan hipótesis, se descartan las banderas absurdas del pasado.

Un buen día, en el espejo aparece otro ser; alguien que no conocíamos hasta ahora, pero que sin embargo nos agrada por la manera en que se mueve por entre las situaciones de siempre. Sus respuestas al ambiente exterior, sus actitudes y su sosiego recién estrenados van desvelando una recomposición interior fundamental. Todo fluye como el agua —como siempre—, aunque ahora sí conocemos las leyes que nos gobiernan. 

El cambio ha ocurrido, pero no se aprecia totalmente. Es como nacer con nuevos ojos y tener la necesidad de verlo todo de nuevo con este nuevo sentido y así redondear todo el asunto; algo así como escribir al fin la ecuación que describe quiénes somos. Este es el retorno definitivo. Este es el final de la vuelta que nos anuncia la pronta extinción del cuerpo físico —esta vez sin temor alguno—, mientras vivimos en la plenitud absoluta, en la tan esperada luna de miel con nosotros mismos.



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