Apenas se
comienza a escuchar el mandamiento cristiano “Amarás a tu prójimo como a ti
mismo”, la gente asiente, aplaude y grita antes de poder escuchar el trozo “como a ti mismo”. De manera que cuando
se habla del segundo mandamiento, la carga recae inmediatamente en el amor al
prójimo, al otro, y no sobre el origen de ese amor. Según mi corta experiencia
en estos entornos, por alguna razón no se aborda generalmente el amor propio, el
amor a uno mismo. Normalmente, al mencionarlo y según el interlocutor de turno,
podría correrse el riesgo de ser percibido como egoísta o como una especie de
cultor de la propia figura.
Si hubiese que
arrojarse con desprendimiento a amar al otro, a quien lo necesita ahora, ¿cómo
se acometería esta labor? ¿Qué amor podríamos brindarle al prójimo si nunca se
nos ha hablado del amor a nosotros mismos? ¿Qué cosa podría ser esa que puede regalar
sin haberla adquirido o cultivado antes?
Yo creo que hacer el amago de amar al otro sin nada compasivo qué ofrecer, no es amar: es otra cosa. Puede ser pasión, puede ser hacer un favor, pero la falta de empatía le arrebata la posibilidad de ser amor verdadero.
Nosotros y
nuestra constante desconexión con nosotros mismos. Esa misma desconexión que nos
mantiene compulsivamente distraídos y no nos deja estar en silencio por un rato
sin temer a que nos salgan los demonios no reconciliados del pasado y las
angustias del futuro. La misma desconexión que no nos permite conocernos a
nosotros mismos por miedo a lo que encontraremos en el camino.
No se puede amar
lo que no se conoce, y mientras exista esa desconexión entre lo que somos y lo
que creemos o queremos ser; mientras no validemos nuestro instinto como algo
digno de sentir; mientras despreciemos y satanicemos los impulsos naturales
como parte importante del motor de nuestras acciones, pienso que no podremos
amarnos nosotros mismos, y menos amar a alguien sin ir en detrimento de
nosotros mismos, sin encontrar cada vez un nuevo culpable de lo que nos pasa, sin
sentir al final ese cansancio que produce hacer las cosas por obligación y no
por amor.
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