Cavilando
en medio del ocio y con alguna ayudita, rayé un cuadrito y una lista pequeña
sobre creyentes y no creyentes, y aunque aplica para varios entornos de la vida
cotidiana, dediqué esta píldora solo a la creencia religiosa o espiritual.
Separé a
la gente en el grupo de los que creen y los que no creen. Luego saqué dos subgrupos:
los que creen que creen y los que saben que no creen. Mirando para el
techo, me fue fácil situar estos dos últimos subgrupos en su grupo correspondiente:
los que no creen. En medio de lo
trivial que pudiera parecer la observación, quedé rascándome la cabeza.
1.
Está
claro que el ser humano que no tiene la creencia y está claro en su posición, buscará
en el mundo tangible ese equilibrio que, para los creyentes equivale al aspecto
espiritual que los ayudará a conseguir la salvación.
2.
Los
creyentes, por su parte, tienen el deber de cultivar su fe mientras logran, en
algún momento, sentir y mantener la conexión divina, su comunicación con Dios.
Los otros dos
subgrupos de la no creencia son mucho más relativos y complejos a la vista,
dado que se sitúan entre quienes voluntaria o involuntariamente y por algunas
razones ocultas ante sí mismos y los demás, no creen en Dios y sus designios…
al menos no cabalmente, que es lo mismo. El siguiente fue el grupo que me
atrajo más la atención:
3.
Por
un lado, quienes solo creen que creen
parecieran ser víctimas de sus deseos de salvación, pero no cuentan con la
convicción necesaria para avanzar en la creencia, para lograr la conexión. Sin embargo,
este grupo no está exento de ser engañoso, queriendo o sin querer. Bajo el
manto inconsciente del deseo de ser salvos, se tejen marañas operativas y
leguleyas que afectan el cumplimiento al mandato de la Palabra. Un sí pero no, una interpretación amañada
del texto, un comportamiento santurrón y pacato que desvirtúa el carácter
sagrado del entorno y que sirve para vestir una armadura que les proteja de las
dudas, de la discusión, del debate. Y así van avanzando en su elemento, asistiendo
“religiosamente” a las iglesias, engullendo versículos, pegando librazos, convirtiéndose
en las autoridades potenciales del templo, señalando con señorío, como los
hijos preferidos del Señor que creen ser, mientras los demás obedecen y
trabajan.
4.
Por
el otro lado, quienes saben que no creen,
se meten de lleno en su teatro para convencer al resto de que su objetivo es la
bondad, la salvación, la vida eterna. Es, en dos platos, un lobo que pudo
meterse en el corral. Son muy similares al grupo anterior, pero totalmente al
tanto de su vulgaridad.
Después
de este vuelo rasante por un tema harto complejo, igual estamos claritos en que
estos dos últimos grupos de personas (3 y 4) tienen una peligrosa lucha interna
que los grupos 1 y 2 dan por encaminada.
El gran problema entre los grupos
humanos que conviven en el planeta, mirando desde esta silla de escribir, no
parece ser creer o no creer, sino manifestar algo de respeto y honestidad hacia
los demás al momento de vociferar sus pretendidas tendencias personales,
mientras logran establecer sus enormes empresas de falsa bandera.
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