martes, 14 de mayo de 2019

¿Cambiar al mundo? Déjame pensarlo.


Para cambiar al mundo hay que comenzar por cambiarse uno mismo. De verdad que suena como una semerenda pendejada, pero parece que es así. Somos ladrillos con lo que se construye una sociedad, y si un grupo o la mayoría de los ladrillos se desmoronan o están torcidos, ya imaginamos lo que resultará. En este sentido, hagamos un ejercicio creativo: imaginemos que la gran mayoría hizo su tremendo trabajo en sí mismo y llegamos al cambio que cada uno visualizó. ¿Quién nos dice que ese cambio fue para mejor, en términos prácticos? “¿No era así que debíamos cambiar?”, se preguntaría uno. ¿Qué es lo que nos debe guiar, como sociedad, hacia un futuro de mejor convivencia, de una prosperidad suficiente, de una paz duradera? ¿Será que no todos queremos eso, de la convivencia, la prosperidad y la paz? Por ahora, quienes han regido al mundo no se han ocupado de ninguna de esas tres al menos, destinando o desviando los beneficios que estos elementos (o su escasez) producen para sí mismos. Nos gusta el poder, nos gusta distinguirnos para mejor utilizando los estereotipos occidentales. No nos gusta ser prósperos y exitosos si todos nuestros vecinos también lo son. Nos gusta el éxito, pero que ese éxito establezca una diferencia entre nosotros y quienes no se lo ganaron por flojos o incapaces.



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