Muchos
vimos el acto de entrega de los premios “Óscar” el domingo pasado y claro, la
victoria de Joaquín Phoenix por la actuación en Joker era casi un mandato
popular y de los que saben de eso. En su discurso —bastante sentido, por
cierto— destacó varios aspectos personales que necesitaron mucha valentía para
salir ante semejante audiencia, lo cual sitúa al actor en un plano de
conciencia y de autocrítica muy distinto al mismo sistema que lo condecoró como
mejor actor.
Para quien
escribe, desde hace algún tiempo, uno de los aspectos más valiosos de un ser
humano (sacando por el momento a los sicópatas) es la coherencia, la
consistencia entre lo que siente, dice y hace, y me parece que Joaquín está
coqueteando con esa coherencia máxima. Entre los argumentos que esgrimió en el
escenario estuvo la lejanía del ser humano del mundo natural, tomando como
ejemplo la separación de la cría de la vaca para efectos comerciales y la
sustracción posterior de su leche, también para el beneficio humano.
Respecto del
discurso/argumento de las personas sobre la Naturaleza y su sabiduría, me
parece que es acertado en el sentido de que la naturaleza establece sus mecanismos
y equilibrios propios que resultan en la supervivencia sostenible de un sinfín
de especies animales y plantas de variedad y belleza sin igual, al menos en los
planetas más próximos. El argumento de Joaquín sobre la conducta humana en
contra de esa sabiduría de la naturaleza gana adeptos porque es cierto, si lo
vemos desde el punto de vista romántico: el ser humano saquea mientras infringe
las leyes de la naturaleza, lo cual atenta, por mera inconciencia y hasta por falta
sentido común, contra su propia supervivencia.
Ahora bien,
si el argumento de que la sabiduría de la naturaleza garantiza la sostenibilidad y la
permanencia de sus pobladores es indiscutible, podríamos también estar
incurriendo en un romanticismo algo ridículo al tratar el tema. Es importantísimo
establecer que la Naturaleza no tiene moral, no actúa con ética simplemente porque
estos conceptos son productos de la mente humana, y ante la incoherencia de la
mente humana, algunos casos del mundo natural pueden resultar una barbaridad,
incluso, para los que defienden el discurso a favor.
En el
mundo natural, lo que el ser humano llama “promiscuidad”, lo que denomina “robo”,
lo que etiqueta como “egoísmo” y que a todas luces son actitudes inmorales,
indebidas o al menos mal vistas en la sociedad, no son nada extraños. Si usted
ve un video de un león matando a las crías del jefe anterior de la manada para
establecer su propia descendencia; si usted mira a las hienas quitando la mitad
de lo que los demás depredadores cazan para comer; si puede observar a dos
animales peleando por un territorio de decenas de kilómetros cuadrados, y
transfiere todas estas acciones al ser humano, no cabe duda de que los juzgará indiscutible
e inflexiblemente como un delincuente. Llevémoslo a un contexto cotidiano:
quienes comemos carne lo hacemos porque no tenemos que cazar a la presa: o no
tenemos la fuerza, la constancia o la pericia, o simplemente no tenemos las
agallas para quitarle la vida a un animal y embarrarnos las manos de sangre
para conseguir nuestros alimentos. Muchos nos volveríamos vegetarianos o
veganos, sin duda, si se plantease esta situación extrema.
Así que
esa sabiduría de la naturaleza no es que sea mentira: es que nosotros no somos capaces
de asumirla como verdad debido a nuestros esquemas mentales y sociales bien
atornillados en el transcurso de nuestra vida, y como cosa rara, de asumir el ser
humano el nuevo régimen natural y dada la experiencia de milenios, este sería
un régimen hipócrita e inconsistente que nos llevaría, en algún tiempo más
adelante, a otra crisis generada por quienes se atreven a señalar el saqueo y
la barbarie —por la razón que sea—, como bien lo hizo Joaquín Phoenix.
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