Aquella
expresión de estupidez proactiva quedó colgada en los anales de la historia
como un logro, como una explosión de genialidad de parte de un presunto genio.
Y claro, cuando aparecen este tipo de cosas, también aparecen los partidarios,
los detractores, los reglamentos que sustancian la nueva ley, las teorías de
conspiración y se comienzan a tejer historias de vida que contienen hilos de ese
absurdo adefesio, formando parte integrante e inexorable de sus cromosomas por
el resto de sus vidas… de nuestras vidas.
El absurdo
toma cuerpo, consistencia: Es todo un tema de estudio. Para este momento del
relato, el absurdo no tiene discusión, nadie se atreve a cuestionar ese
monolito sembrado en el cerebro de las nuevas generaciones. Aunque sigue siendo
un absurdo de nacimiento, ya hace muchas lunas que algún desgraciado aparecido
se atrevió a disentir y a vociferar en contra de lo que consideró un error
gigantesco. En los textos de Historia en las escuelas se reverencia al burro.
En las
discusiones y foros se justifica y se blinda la perspectiva del burro. En las
reflexiones íntimas, personalísimas de profesionales y autodidactas ávidos del
sentido de la vida, orbitan, flotan majestuosos, los baratos y absurdos
argumentos de aquel burro, lavado por la tradición, premiado por la
providencia.
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