sábado, 1 de junio de 2019

Metida de pata ajena


Ya supe que recordar mis metidas de pata me salva de molestar a los demás. Cada vez que vea a otro a punto de cometer un error, prometo que antes de abalanzarme sobre él, me daré un paseíto por mi pasado y me encontraré haciendo lo mismo. La próxima vez que me reviente de ganas de poner en su sitio al vecinito, cerraré los ojos, apretaré todos mis esfínteres y viajaré al momento de mi niñez en el que era yo quien perpetraba esa misma acción que ahora me parece tan vergonzosa. Debe ser así. Es obligatorio que lo haga. No puedo ser tan hipócrita y juzgar con este, semejante alboroto. Los pocos gramos que tengo de conciencia me visitaron y me reclamaron amargamente sobre mi comportamiento, sobre mi irrespeto continuado a los tiempos de los demás, a sus ritmos de crecimiento y maduración. “Ese no es tu problema” —me dijo—. “Trata de retrotraer, por un momento, esas inflexiones dolorosas que sufriste al crecer y toda la basura que tanto te costó dejar atrás para que te pongas en su lugar. Si quieres, lo aconsejas” —continuó— “le pasas el dato, lo levantas del suelo, pero deja el fastidio, porque lo más seguro es que tú hayas sido mucho peor que ese joven a quien atacas, para ahora erigirte como su juez implacable, ese, que pretende reprenderlo cual si fueras un santo varón”.

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