martes, 11 de junio de 2019

¿Quién arreglas esto?



Alguien tiene que parar esto. Alguien tendrá que darle fin al desastre. Alguien deberá ponerle punto final a este ciclo infinito de degradación del ciudadano. El pillaje ya se hizo dueño de las calles, de las instituciones, de las desesperaciones. Cada vez menos personas son las que se detienen al ver a un ser humano en desgracia, al vecino jodido, para fingir que todo está bien y seguir en su garabato de vida.

Muchos se lamentan de la situación, como es natural. Otros con menos filtros gritan y manotean la cara del otro. Otros, todavía con reservas, juegan a que no ven, a que no saben, mientras el barco de todos se sigue hundiendo. ¿Y quién para esto, entonces? La respuesta a la mano es Dios, un semidiós o un político –que es más o menos lo mismo–, un cataclismo que se lleve a los malos y deje a los buenos miedosos reconstruir entre los escombros.

¿Cómo serían los reconstructores? ¿Genios, maestros, abogados, comerciantes? ¿Qué edades tienen ahora quienes comenzarán por el camino limpio, depurado? Por razones lógicas de tiempo y oportunidad, yo me inclino a pensar que son los niños los depositarios de esa esperanza y esa nueva manera de sentir, de pensar, de actuar. Sí, sí, esos bichitos fastidiosos que nacieron sin querer, que no dejan de joder, que lo que hacen es jalar plata, que hay que comprarles un videojuego o un teléfono inteligente para que nos dejen, a nosotros, las joyas que destruyeron todo, en paz.

Pero, ¿quiénes los educarán? ¿Quiénes los llevarán de la mano? ¿Sus padres, sin afectos cultivados ni herramientas aprendidas? ¿Sus maestros, hundidos en la desmotivación eterna del sistema? ¿Los funcionarios públicos, que pescan y ahogan en río revuelto? ¿O nuestros empresarios, reyes del sálvese quien pueda? Pregunta difícil de responder.

Los jóvenes padres, hijos de esta generación, tienen la labor cuesta arriba de colocar en las mentes y los corazones de los pichurros las herramientas para disfrutar y defenderse en la vida; jóvenes padres que no fueron educados ni instruidos por los suyos o por el Estado, nuestro padre institucional abandonador, infestado, a su vez, por esos jóvenes padres y abuelos corrompidos por la crisis y sus oportunidades. 

¿Cómo salir de este círculo más que vicioso? ¿Cómo romper con la involución constante que nos arrima al borde del barranco definitivo? La respuesta lejana, por supuesto, es el uso de la conciencia. Pero, ¿quién –o qué– nos orientará hacia ese estado mental en el que se vislumbra el camino más conveniente, sin miedos, prejuicios o caprichos? Ya eso sería mucho responder.

Mientras tanto pasa, que siga el despojo descarado, la destrucción de posibilidades, el chamuscado de sueños. Tal vez, y como dicen los viejos en las colas interminables, lo que hace falta es terminar de caer para comenzar en serio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario