Como origen de
una nueva humanidad, hay que seguir caminando hacia el amor hacia uno mismo,
ese invisible poblador del segundo mandamiento cristiano. El sol de hoy nos deja
ver que no se puede dar lo que no se tiene, por lo que no queda más camino que
cultivar el amor propio para luego compartirlo con el otro. Independientemente de
lo difícil que pueda parecer y ser, no se visualiza, desde aquí, otro camino. Lo
demás es pasión romántica. Lo demás son favores. Lo demás no tiene qué ver con
el amor verdadero, ese que hace ver al otro como parte de uno mismo, de lo
mismo, y como tal, hay que estar siempre al lado de ese otro que no resulta tan
“otro”.
Amar sin conocer
es imposible. Así como amar a un país sin conocerlo, sin viajar por sus
accidentes, por sus maravillas, conociendo la gente que vive ese país cada día,
es imposible, así mismo es necesario saber cuáles son nuestros predios
internos, nuestros terrenos no explorados y caminarlos, saber qué llevamos
dentro y ante cuáles estímulos reaccionamos y de qué manera, para tener claro
el objeto, el destinatario de nuestro amor.
Ningún bienintencionado
nos dijo de dónde a dónde llegaba ese terreno con la certeza necesaria, por lo
que es inevitable, para conocerlo, recorrerlo e identificar cada rincón con algo
de dolor y mucho de honestidad. La mayoría de las veces pareciera que ese
recorrido no es voluntario, sino debido a un impulso de pasión o desenfado. Una
pareja prohibida, un dinero fácil o una omisión catastrófica pueden funcionar
como estímulos para caer por nuestros barrancos, saber el límite del terreno
por ese flanco establecer las fronteras de ese terreno que, a fuerza de
latigazos, vamos mapeando con precisión.
No se trata tanto
de conocer los límites, que contiene una connotación negativa, represiva, sino
de delimitar nuestras posibilidades reales. Delimitar viene siendo ese construir
el mapa, agregando, cada vez, más posibilidades. Es obvio que todo tiene un
límite y eso hay que comprenderlo: a la vez que se podría apreciar lo ajeno, lo
que quedó fuera de nuestro terreno como un anhelo o una pérdida, también existe
la posibilidad de mirar hacia adentro y regocijarse con el tesoro silencioso
que hay allí.
Es difícil
concebir que este punto de reconocimiento de uno mismo llegará temprano en la
vida, dado que se necesita tiempo y circunstancias adecuadas para recorrer el
terreno, ensayar, errar cada vez e ir dibujado nuevas líneas en nuestro mapa,
siempre en construcción, siempre en ajuste. Esto da a entender que se necesita
llegar a cierto punto de la adultez para comenzar a recoger los vidrios rotos y
deshacerse de los escombros a cuestas; para desaprender métodos fallidos y
replantear de nuevo el camino bajó una nueva óptica madurada, bajo una nueva
luz que nos oriente.
Después de haber
recorrido una parte de este complejo camino y desvelar mucho de lo que somos y
nuestras posibilidades, es difícil no amarse, no caerse bien, sobre todo porque
todo se va haciendo honestamente, ya sin las máscaras y pretensiones del pasado
apasionado, sobresaltado, inconsciente.
Un buen día nos
despertamos y todo luce con nuevos colores, con otras urgencias, con
motivaciones diferentes; y aunque el mapa nunca llega a estar completo, sí se
siente una mayor confianza en lo que la vida tiene para nosotros, y no es más
que el reflejo de lo que nosotros podemos brindarnos a nosotros mismos, a los
demás y así ver si vamos cambiando el rumbo demente de aislamiento en multitud que
llevamos hasta ahora.
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