viernes, 7 de junio de 2019

El autoconocimiento



Como origen de una nueva humanidad, hay que seguir caminando hacia el amor hacia uno mismo, ese invisible poblador del segundo mandamiento cristiano. El sol de hoy nos deja ver que no se puede dar lo que no se tiene, por lo que no queda más camino que cultivar el amor propio para luego compartirlo con el otro. Independientemente de lo difícil que pueda parecer y ser, no se visualiza, desde aquí, otro camino. Lo demás es pasión romántica. Lo demás son favores. Lo demás no tiene qué ver con el amor verdadero, ese que hace ver al otro como parte de uno mismo, de lo mismo, y como tal, hay que estar siempre al lado de ese otro que no resulta tan “otro”.
Amar sin conocer es imposible. Así como amar a un país sin conocerlo, sin viajar por sus accidentes, por sus maravillas, conociendo la gente que vive ese país cada día, es imposible, así mismo es necesario saber cuáles son nuestros predios internos, nuestros terrenos no explorados y caminarlos, saber qué llevamos dentro y ante cuáles estímulos reaccionamos y de qué manera, para tener claro el objeto, el destinatario de nuestro amor.

Ningún bienintencionado nos dijo de dónde a dónde llegaba ese terreno con la certeza necesaria, por lo que es inevitable, para conocerlo, recorrerlo e identificar cada rincón con algo de dolor y mucho de honestidad. La mayoría de las veces pareciera que ese recorrido no es voluntario, sino debido a un impulso de pasión o desenfado. Una pareja prohibida, un dinero fácil o una omisión catastrófica pueden funcionar como estímulos para caer por nuestros barrancos, saber el límite del terreno por ese flanco establecer las fronteras de ese terreno que, a fuerza de latigazos, vamos mapeando con precisión.

No se trata tanto de conocer los límites, que contiene una connotación negativa, represiva, sino de delimitar nuestras posibilidades reales. Delimitar viene siendo ese construir el mapa, agregando, cada vez, más posibilidades. Es obvio que todo tiene un límite y eso hay que comprenderlo: a la vez que se podría apreciar lo ajeno, lo que quedó fuera de nuestro terreno como un anhelo o una pérdida, también existe la posibilidad de mirar hacia adentro y regocijarse con el tesoro silencioso que hay allí.

Es difícil concebir que este punto de reconocimiento de uno mismo llegará temprano en la vida, dado que se necesita tiempo y circunstancias adecuadas para recorrer el terreno, ensayar, errar cada vez e ir dibujado nuevas líneas en nuestro mapa, siempre en construcción, siempre en ajuste. Esto da a entender que se necesita llegar a cierto punto de la adultez para comenzar a recoger los vidrios rotos y deshacerse de los escombros a cuestas; para desaprender métodos fallidos y replantear de nuevo el camino bajó una nueva óptica madurada, bajo una nueva luz que nos oriente.

Después de haber recorrido una parte de este complejo camino y desvelar mucho de lo que somos y nuestras posibilidades, es difícil no amarse, no caerse bien, sobre todo porque todo se va haciendo honestamente, ya sin las máscaras y pretensiones del pasado apasionado, sobresaltado, inconsciente.
Un buen día nos despertamos y todo luce con nuevos colores, con otras urgencias, con motivaciones diferentes; y aunque el mapa nunca llega a estar completo, sí se siente una mayor confianza en lo que la vida tiene para nosotros, y no es más que el reflejo de lo que nosotros podemos brindarnos a nosotros mismos, a los demás y así ver si vamos cambiando el rumbo demente de aislamiento en multitud que llevamos hasta ahora.


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