Una noche de
sueño difícil por causa del vecino y sus fiestas, de sus risas, su pumpún y sus “ruidos” constantes, interminables. Esa
desfachatez del individuo desconsiderado que ojalá y viniera la policía y se lo
llevara, pero como no se lo lleva, voy a estar cada minuto mentándole la madre
y quién sabe si un día de estos le corto el cable de la corriente del tablero
principal. ¡Qué ladilla! ¡Así no se puede vivir!
Al día siguiente,
en ese mismo dormitorio y a la misma hora, con tu misma mentalidad justiciera,
arranca a caer un tremendo aguacero. Las gotas inmensas caen en los toldos y
produce un “sonido” constante e interminable. Con el rugido de los truenos y los
fogonazos de los relámpagos se meten en ese mismo dormitorio, pues solo se te
ocurre dormir despatarrado y hasta con una sonrisa en los labios, comentando
mañana a tus compañeros lo sabroso que dormiste anoche en esa ausencia de
silencio y oscuridad constantes.
Ni se te ocurre
fijarte en el grado de violencia de tu reacción a la fiesta del vecino, en
contraposición a la aceptación que practicas con el aguacero. ¿Aceptación?
¿Aceptación a qué? Pues te diré que no puedes denunciar a nadie por el agua que
cae del cielo. No puedes quejarte ante ninguna autoridad por los relámpagos que
se meten por la ventana. No puedes “corregir” la situación del clima.
Aceptación a lo inevitable, a lo injuzgable, a lo incorregible, a lo natural, a
lo que no tiene caso cuestionar.
¿Será que podemos
practicar esta aceptación al resto de situaciones a las que nos resistimos altisonante
y diariamente, y hacer que, quién sabe, hasta nos dé ganas de dormir un
camarón? Suerte con eso.
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