Tema
siempre difícil por la profundidad que podría suponer, y más ahora, cuando a
cada uno le toca una dificultad sobre otra por resolver, al mejor estilo de
traspapelado, en el que uno nunca sabe por qué anda triste, enojado o ansioso. Que
alguien te aborde para hablarte de espiritualidad (mejor o peor conocida como
religión) en estos tiempos es como cuando a uno se le rompe la bolsa del
mercado y mientras trata de recoger el reguero, alguien se te agacha al lado y
sin ayudarte te quiere hablar de algo “vital” o como cuando llevas a tu niño de
emergencia al médico con cuarenta grados de fiebre y solo te recomiendan una
dieta sana.
Sin
embargo, podríamos decir que a lo largo de los años, de los siglos, las
dificultades van cambiando mientras la inquietud por acercarse a algo trascendental,
algo “más allá de solo esto”, permanece latente, sale a pasear y luego se
esconde de nuevo hasta la próxima época de revisión “seria”.
Pero,
¿quién es espiritual? ¿Cómo luce pa saberlo? Hablar de eso es como hablar de
las dietas para adelgazar, esas que uno siempre adopta con un claro ímpetu
temporal, una moda. Si observas a quienes tienen buena salud integral, la
delgadez es solo la consecuencia de modificaciones realizadas al estilo de vida
en un nivel superior: no es por dejar de comer hamburguesas. Algo así pasa con
la espiritualidad.
La
llamada espiritualidad durante la crianza a algunos se nos hizo tan de
fantasmas, tan de velones y promesas, y hasta de utilidad oscura o de espectros
infantiles bondadosos, que es muy difícil recurrir a ella sin sospechas, sin
cuestionamientos justificables y hasta con la sensación de que se vamos a
quedar como estúpidos.
Pasan
los decenios, las generaciones y entre rumba y rumba, la llamada espiritualidad
no aparece por ningún lado, porque es obvio que estamos embriagados en más de
un sentido, sobre todo si nos va bien en lo material. Pero no es una queja: así
deben ser las cosas bajo la premisa de que el sufrimiento castigará hasta que
nos detengamos y replanteemos el escenario. Mientras, durante la juventud,
divino tesoro y enfermedad necesaria, haremos lo posible para forzar nuestro
camino por entre las imposiciones de los adultos, o mejor dicho, los más viejos
y anacrónicos.
Y
llegan los cuarenta y pico y suenan las alarmas de no sé qué, de que se hace
tarde, de que “mejor hubiera hecho esto o aquello” o de que tal vez ya pasaste
la mitad de tu vida y todavía tienes el rancho ardiendo. Ya ni el televisor, la
pea, las promesas de siempre o tu media naranja sostienen el techo endeble como
antes. Y entre el que grita en la plaza, el que te pide “unos minutos de su
tiempo”, junto con el resto de charlatanes de las redes y canales de TV, van superando
nuestra resistencia natural hacia tales mensajes mágicos para dejarnos ver que
son relatos algo retorcidos de algo más, de algo que ellos no saben expresar,
ni queriendo, con la honestidad pertinente.
Todos
parecen ser relatos sobre algo, pero ¿sobre qué? ¿Qué cosas hay detrás de este
velo de iconos, historias y verdades acomodaticias? ¿Qué pueden tener en común
toda esa gente lanzando mensajes de correctitud y salvación por las calles y
pantallas? ¿Cuál es el cuento que debo conocer? ¿Debo conocer algún cuento o
todo es cuento?
Son
historias viejas las que se cuentan, exceptuando algunos adefesios a los que es
fácil desenmascarar , son historias que han sonado durante siglos, de
tradiciones extremadamente extranjeras en las que, por muy milenarias que sean,
se nota también un relato sobre “algo” que se parece al otro viejo relato de al
lado.
Algo
debe haber, digo yo, detrás de esos relatos que se trata de dibujar, de
explicar, de imponen a su manera tendenciosa… pero algo hay. Algunos grupos e
individuos intentan hacer la tarea y tratan de explicarnos el asunto misterioso
relacionando su relato con la cotidianidad de ahora y de aquí. Muchos no pasan
de la intención. Otros se quedan más adelante en su camino enarbolando la bandera
de su ego personal, sabiéndolo o sin saberlo, creyendo que creen, y forman su
propio grupito personal de seguidores y hasta salen por televisión… pero ese es
otro cuento.
Más
adelante en la vida y con exceso de peso, con hipertensión arterial y un hogar
que mantener, llega la enfermedad, ese mensajero fidelísimo del desorden y la
historia personal hasta el momento, y nos entrega el primer mensaje “en sus
manos”. Ese mensaje, que seguro pensamos imprevisto, inusitado y “hasta
sorpresivo, chico”. De repente, nos encontramos en un desequilibrio vital que
no podemos ver, que malentendemos o que metemos debajo de la cobija para no afrontarlo.
¿Qué
se hace ahora? ¿En qué se convirtió la rumba de los 20 y los 30? Al parecer, en
medio de la ebriedad tomé algunas decisiones que ahora me tocan la puerta,
entran y se quedan a dormir conmigo. Si esto vendría a ser el ratón, la resaca
después de la fiesta, ¿cuál vendría siendo el antídoto? Varios panas me dijeron
que la solución para despertar de un sueño, bueno o malo, es abrir los ojos,
ser conciente, dar espacio a la descongestión, y una vez con los pies al fin en
el suelo, dejar colar la nueva visión de todo lo que te rodea.
Pero
eso no parece espiritualidad en los términos conocidos; eso parece sentido
común, parece bajarle dos, parece un orden en la pea. ¿Dónde queda el relato
conocido sobre el espíritu, ese con más pinta de espanto? Me gusta asociar el
término espiritualidad con la conciencia. Si le dijéramos “conciencia” a esa
instancia superior que usa a la mente como herramienta y hasta nos “libera de
los malos pensamientos”, me sentiría mejor. Muchos misterios se apartarían y solo
quedaría un escueto y poderoso esquema de causa y efecto, espolvoreado con aspectos
trascendentales bastante deseables: la bondad, la solidaridad, la compasión, el
respeto y demás expresiones del amor, que finalmente parece ser el dictador cotizado.
Mucha
cháchara, mucho bla bla bla en tratar de decidir qué sipote es la
espiritualidad y si eso nos “sirve” de algo en estos tiempos. De verdad que
queda mucho tramo por recorrer en el tema y las decisiones vinculantes de
nuestra vida en ese respecto. Siempre ha sido un misterio y las religiones se
lucieron al tomar el término “espiritualidad” y cogérselo para ellos.
Finalmente,
algo que me parece interesante de quienes intentan honestamente, de quienes
trastabillan por ser coherentes con el término y lo buscan aplicar a sus
días ̶ independientemente de su relato con
nombre, si lo tuvieren ̶ es la paz que respiran, es lo prestos que
están para ayudar, para hacer de este desastre de mundo, algo mejor. No parece
algo para desechar a la primera, ¿cierto?