sábado, 19 de diciembre de 2020

Eso no debió ser así

Desde hace algún tiempo, hay un pensamiento que se me está afianzando en la cabeza, y es que todo es como es, fue como ha sido, debido a sus causas: lo que es, es como es como efecto perfecto de los factores que lo originaron. Se me antoja que todas las manifestaciones de este momento son producidas, gramo a gramo, por un antecedente que las modeló así y no de otra forma.

No siempre ese antecedente, esa causa, debe ser conocido por nosotros, pero de verdad existe y allí puede radicar muchas de las frustraciones que nos afectan a diario protagonizadas siempre por el “eso no debería ser así”, cuando si, examinando lo que ocurrió antes y generó la situación en cuestión, sabremos que “eso sí debe ser así” y no pudo ser de otra manera. Cuando no sabemos de dónde salió un hecho, una conducta, un efecto cualquiera, nuestros condicionamientos salen a relucir y establecemos nuestros juicios inflexibles que comienzan a gritar: “eso no debió ser así”, “eso fue por flojera”, “tú no sirves para eso”.

¿Qué hacemos? Aceptarlo. Pero aceptarlo no quiere decir calársela o resignarse. Aceptarlo es sentarse a conocer las causas verdaderas de lo que ocurrió sin el torbellino de emociones fastidiando el proceso, con la mente y el corazón abiertos, dispuestos a actuar con todo el amor que requiere la situación. Aceptarlo es el primer paso en el camino para corregirlo, si ese fuese el caso, porque sabiendo las causas de ese tan molesto producto, podríamos contribuir a mejores resultados de ahora en adelante. Esas causas, escondidas entre lo inconsciente y lo ignorado, pueden estar agazapadas detrás de la crianza, de la cultura local e incluso de un sospechado designio divino.

El asunto es que nada es casualidad, nada es repentino. La manera de visualizarlo es que muchas cosas no están actualmente al alcance de nuestra conciencia o de nuestro conocimiento. Hay infinidad de temas que se nos escapan, por falta de experiencia o al menos de experiencia consciente, y hasta que no estemos dispuestos a abrir bien los ojos y el pecho a las posibilidades, seguiremos de atorrantes e insoportables para nosotros mismos y para los demás, derramando nuestro juicio insensato y nuestras sentencias basadas en un punto de vista tan limitado como puede ser el de cualquier ser humano.

domingo, 1 de noviembre de 2020

Antes pudiste. Ahora puedes.

Antes, pudiste verlo alrededor, pensarlo mejor, escoger un camino más risueño. Antes, pudiste hacer el mismo esfuerzo, pero encauzado de manera diferente, en un rumbo que te hiciera sentir como una ganadora. Ante la queja tradicional de que él no te ayuda con los niños, de que es un desconsiderado, de que no te presta atención sino cuando quiere acostarse contigo o de que miente cuando te dice que es suficiente con traer dinero a casa, piensa que antes pudiste planificar, gozar tu juventud, avanzar en tu independencia y tranquilidad, conocer a alguien mejor, llegar a acuerdos, vivir ahora más plenamente. Pero no. “Él me gusta”, “Quiero estar con ese tipo”, “Necesito pasar la noche con él”. La vida se te convirtió en este calvario y dices no saber por qué todo resultó así. La más purita pasión en ejercicio dictó las acciones. La inconciencia galopante y el miedo a quedar sola, sin financiamiento, sin alguien que meta el pecho por ti en la calle, te lanzaron por ese barranco. Estoy a punto de pensar, amiga mía, que fue un pésimo negocio el que hiciste. Sin embargo, dicen que el boleto para la madurez solo se logra por medio del sufrimiento pasado. En ese caso, lanza una mirada fresca a tu alrededor y con mejores anteojos decide ahora hacerte cargo, pero esta vez, conscientemente, voluntariamente… y mucha suerte.

jueves, 29 de octubre de 2020

Pero, ¿sabes o no sabes?

“El conocimiento se suele entender como: Hechos o información adquiridos por una persona a través de la experiencia o la educación, la comprensión teórica o práctica de un asunto referente a la realidad”.

Esta definición de Google es curiosa porque, desde mi punto de vista, tiene muchos huecos que te obligan a plantear: “Pero, ¿sabes o no sabes?”

(Por ahora, dejaremos de lado eso de “adquirir un hecho”)

A través de la experiencia o la educación”.

Pienso que lo que uno experimenta directamente es lo más se le acerca a la realidad real, pero aún así está sometido a nuestros condicionamientos y a las percepciones y opiniones que estos producen. Es decir, que hayamos percibido que (nos) ocurrió algo, no quiere decir que lo sepamos por el resto de las personas. Si caminamos por un sitio, escuchamos unos pasos detrás de nosotros y luego nos asaltaron no quiere decir que cada persona que camine por allí y escuche unos pasos será asaltada. Podríamos decir solo que es una posibilidad real porque ya te ocurrió a ti, y eso en determinadas condiciones. Cuna del prejuicio.

Por otro lado, el supuesto conocimiento que se adquiere en la educación está muy en entredicho. Aparte de ser un conjunto de afirmaciones que llegan a nosotros muy manoseadas por las percepciones y los intereses ajenos, por las autoridades de turno o incluso por la buena fe de alguien, cuando uno afirma que sabe porque lo adquirió de un sistema informativo, educativo o incluso recreacional, es posible que estemos repitiendo, reproduciendo y hasta distribuyendo una especie total o parcialmente falsa. Cuna de la mentira masiva.

La comprensión teórica o práctica

La comprensión teórica o práctica… ¿de quién o quiénes? Igualito que en la expresión anterior, las percepciones y sus interesados juegan un papel tan importante que afirmar que “uno sabe” se queda sin sustento suficiente.

de un asunto referente a la realidad

Este vendría siendo el último de los elementos profusamente relativos de la definición de Conocimiento y la hija predilecta de los condicionamientos del pasado. Decir “realidad” es poner una trampa o es haber caído en ella. Si usted mira un objeto desde la distancia y desde distinta perspectiva cada vez, llegará el momento en que dudará de si es el mismo objeto, si es la misma realidad.

Ya sé que hay fuentes permanentes de información, como los medios de comunicación, los científicos, los científicos sociales y sería monstruoso duda de todos ellos a la vez y colocarse en modo de protesta, pero me resulta igual de monstruoso guiarse por todo ese flujo infinito de presunto conocimiento y establecer: “Yo lo sé”.

Un buen ejercicio podría ser decir cómo, por experiencia propia, en nuestra vida cotidiana, sin el uso de teorías o leyes ya reconocidas, argumentar que el planeta es esférico… ¡Suerte!


martes, 19 de mayo de 2020

¿Espiritualidad? ¿Aquí? ¿Ahora?


Tema siempre difícil por la profundidad que podría suponer, y más ahora, cuando a cada uno le toca una dificultad sobre otra por resolver, al mejor estilo de traspapelado, en el que uno nunca sabe por qué anda triste, enojado o ansioso. Que alguien te aborde para hablarte de espiritualidad (mejor o peor conocida como religión) en estos tiempos es como cuando a uno se le rompe la bolsa del mercado y mientras trata de recoger el reguero, alguien se te agacha al lado y sin ayudarte te quiere hablar de algo “vital” o como cuando llevas a tu niño de emergencia al médico con cuarenta grados de fiebre y solo te recomiendan una dieta sana.

Sin embargo, podríamos decir que a lo largo de los años, de los siglos, las dificultades van cambiando mientras la inquietud por acercarse a algo trascendental, algo “más allá de solo esto”, permanece latente, sale a pasear y luego se esconde de nuevo hasta la próxima época de revisión “seria”.

Pero, ¿quién es espiritual? ¿Cómo luce pa saberlo? Hablar de eso es como hablar de las dietas para adelgazar, esas que uno siempre adopta con un claro ímpetu temporal, una moda. Si observas a quienes tienen buena salud integral, la delgadez es solo la consecuencia de modificaciones realizadas al estilo de vida en un nivel superior: no es por dejar de comer hamburguesas. Algo así pasa con la espiritualidad.

La llamada espiritualidad durante la crianza a algunos se nos hizo tan de fantasmas, tan de velones y promesas, y hasta de utilidad oscura o de espectros infantiles bondadosos, que es muy difícil recurrir a ella sin sospechas, sin cuestionamientos justificables y hasta con la sensación de que se vamos a quedar como estúpidos.

Pasan los decenios, las generaciones y entre rumba y rumba, la llamada espiritualidad no aparece por ningún lado, porque es obvio que estamos embriagados en más de un sentido, sobre todo si nos va bien en lo material. Pero no es una queja: así deben ser las cosas bajo la premisa de que el sufrimiento castigará hasta que nos detengamos y replanteemos el escenario. Mientras, durante la juventud, divino tesoro y enfermedad necesaria, haremos lo posible para forzar nuestro camino por entre las imposiciones de los adultos, o mejor dicho, los más viejos y anacrónicos.

Y llegan los cuarenta y pico y suenan las alarmas de no sé qué, de que se hace tarde, de que “mejor hubiera hecho esto o aquello” o de que tal vez ya pasaste la mitad de tu vida y todavía tienes el rancho ardiendo. Ya ni el televisor, la pea, las promesas de siempre o tu media naranja sostienen el techo endeble como antes. Y entre el que grita en la plaza, el que te pide “unos minutos de su tiempo”, junto con el resto de charlatanes de las redes y canales de TV, van superando nuestra resistencia natural hacia tales mensajes mágicos para dejarnos ver que son relatos algo retorcidos de algo más, de algo que ellos no saben expresar, ni queriendo, con la honestidad pertinente.

Todos parecen ser relatos sobre algo, pero ¿sobre qué? ¿Qué cosas hay detrás de este velo de iconos, historias y verdades acomodaticias? ¿Qué pueden tener en común toda esa gente lanzando mensajes de correctitud y salvación por las calles y pantallas? ¿Cuál es el cuento que debo conocer? ¿Debo conocer algún cuento o todo es cuento?

Son historias viejas las que se cuentan, exceptuando algunos adefesios a los que es fácil desenmascarar , son historias que han sonado durante siglos, de tradiciones extremadamente extranjeras en las que, por muy milenarias que sean, se nota también un relato sobre “algo” que se parece al otro viejo relato de al lado.

Algo debe haber, digo yo, detrás de esos relatos que se trata de dibujar, de explicar, de imponen a su manera tendenciosa… pero algo hay. Algunos grupos e individuos intentan hacer la tarea y tratan de explicarnos el asunto misterioso relacionando su relato con la cotidianidad de ahora y de aquí. Muchos no pasan de la intención. Otros se quedan más adelante en su camino enarbolando la bandera de su ego personal, sabiéndolo o sin saberlo, creyendo que creen, y forman su propio grupito personal de seguidores y hasta salen por televisión… pero ese es otro cuento.

Más adelante en la vida y con exceso de peso, con hipertensión arterial y un hogar que mantener, llega la enfermedad, ese mensajero fidelísimo del desorden y la historia personal hasta el momento, y nos entrega el primer mensaje “en sus manos”. Ese mensaje, que seguro pensamos imprevisto, inusitado y “hasta sorpresivo, chico”. De repente, nos encontramos en un desequilibrio vital que no podemos ver, que malentendemos o que metemos debajo de la cobija para no afrontarlo.

¿Qué se hace ahora? ¿En qué se convirtió la rumba de los 20 y los 30? Al parecer, en medio de la ebriedad tomé algunas decisiones que ahora me tocan la puerta, entran y se quedan a dormir conmigo. Si esto vendría a ser el ratón, la resaca después de la fiesta, ¿cuál vendría siendo el antídoto? Varios panas me dijeron que la solución para despertar de un sueño, bueno o malo, es abrir los ojos, ser conciente, dar espacio a la descongestión, y una vez con los pies al fin en el suelo, dejar colar la nueva visión de todo lo que te rodea.

Pero eso no parece espiritualidad en los términos conocidos; eso parece sentido común, parece bajarle dos, parece un orden en la pea. ¿Dónde queda el relato conocido sobre el espíritu, ese con más pinta de espanto? Me gusta asociar el término espiritualidad con la conciencia. Si le dijéramos “conciencia” a esa instancia superior que usa a la mente como herramienta y hasta nos “libera de los malos pensamientos”, me sentiría mejor. Muchos misterios se apartarían y solo quedaría un escueto y poderoso esquema de causa y efecto, espolvoreado con aspectos trascendentales bastante deseables: la bondad, la solidaridad, la compasión, el respeto y demás expresiones del amor, que finalmente parece ser el dictador cotizado.

Mucha cháchara, mucho bla bla bla en tratar de decidir qué sipote es la espiritualidad y si eso nos “sirve” de algo en estos tiempos. De verdad que queda mucho tramo por recorrer en el tema y las decisiones vinculantes de nuestra vida en ese respecto. Siempre ha sido un misterio y las religiones se lucieron al tomar el término “espiritualidad” y cogérselo para ellos.

Finalmente, algo que me parece interesante de quienes intentan honestamente, de quienes trastabillan por ser coherentes con el término y lo buscan aplicar a sus días  ̶ independientemente de su relato con nombre, si lo tuvieren ̶  es la paz que respiran, es lo prestos que están para ayudar, para hacer de este desastre de mundo, algo mejor. No parece algo para desechar a la primera, ¿cierto?

martes, 12 de mayo de 2020

El reflejo de la luna y demás...


No es “la cosa” lo que vemos, sino lo que apunta hacia ella. A veces ese apuntador ni cerca está de lo que necesitamos, y en ese camino extraviado, nos quedamos rezándole a estatuas, mirando nuestra “vida soñada” por televisión o afirmando que este desorden es la felicidad. Y lo hacemos durante toda la vida, durante tantos años, que llega un momento oscuro en el que debemos mirar atrás para saber cuándo dejamos de ser auténticos, cuándo la libertad de ser; cuándo fue que nos traicionamos a nosotros mismos y ahora nos vemos obligados a arrodillarnos en ritos, arrastrarnos por las formalidades, rendirnos ante la tecnología y los argumentos científicos: religión por todos lados, pues, aunque te arreches y me repliques ahora con argumentos cuadrados que chorreen veneno heredado, copiados con urgencia, inyectados sin darte cuenta. Y nunca falla el momento de la temible pregunta “¿y en qué ando yo?” que nos produce un frío en la espalda y un temblor en las piernas. Nos llenamos de tantas representaciones, imágenes, referencias, apuntadores, que nos emocionamos más al ver un paisaje en una pantalla HD que teniéndolo enfrente. Salivamos viendo el retrato de una manzana en un comercial, pero cuando vamos al mercado no sentimos nada. No es por ser agorero, pero seguro uno de estos días nos encuentran atolondrados, mirando el reflejo de la luna en un tobo, sin saber en qué parte del cielo estaba.

Otra palabra manoseada: Felicidad


Felicidad, otra palabra manoseada. Todos queremos ser felices: todos, y queremos ser felices a como dé lugar, aunque no sepamos qué vaina es esa. Unos dicen que es el resultado de obtener los logros planteados; el de más allá afirma que puede ser feliz aunque esté coyunturalmente triste; las pantallas y revistas nos inducen la idea de la felicidad por medio de vivencias emocionales fuertes que normalmente benefician a tal o cual empresario. Ante el desengaño, se dice que la felicidad son pequeños períodos, momentos en la vida, como si fuese igual a la simple alegría. Los de aquí ven a la felicidad en prospectiva y los de allá en retrospectiva; es decir, unos la ven a futuro en un deseo honesto y optimista; y otros en el pasado, al momento de tejer el resumen de lo vivido. Claro, siempre están los que dicen que es lo que el dinero puede proveer y cuando se dan cuenta de que hay millonarios tristes y suicidados, salen con el chiste de que prefieren ser infelices, pero al menos con piscina. Es obvio el manoseo de la palabrita, y particularmente me parece que la palabra felicidad es otra construcción bien o malintencionada que se perdió en el camino, entre enredos y medias verdades, y que actualmente no se puede ser feliz sin crecimiento interno, sin desarrollar eso, “lo esencial que es invisible a los ojos”. Tal vez estamos pidiendo demasiado sin tener los recursos para gozar una realidad benevolente. Tal vez la humanidad se desvió y cayó por un barranco por el que ser feliz es solo un decir, un deseo necio. Quizás hay que, en estos tiempos, ir ajustando la idea de la felicidad al gozo tranquilo, al entusiasmo constructivo, a la paz. Pareciera que el ejercicio de la felicidad, en esta época, se refiere solo a la distracción, al tener, disfrutar y desechar: al consumo, pues… y como no hay real, nunca sabremos si eso es así o es otra mentira más.

Otra palabra manoseada: Libertad


Libertad, otra palabra manoseada. Y hay cantos por la libertad; y hay muertes por la libertad; y hay vidas enteras dedicadas a defender la libertad. Y así, igualito que pasa con otros símbolos sagrados, después del sufrimiento, en medio del triunfo ocasional y de la ebullición que este produce, se vuelve nada. Aparecen entonces los nuevos héroes de la libertad a confiscar libertades. El mártir se vuelve el verdugo de turno. Aparece el joven que clamada libertad en casa de sus padres a eliminar esa misma libertad en su próxima familia, en su vecindario, en su trabajo: dondequiera que se le dé poder. El individuo hambriento de libertad se juntará con el vecino afín, con multitudes afines e implantará una globalidad que usa la palabra libertad para referirse a SU libertad, arrastrando el concepto entre sus seguidores, quienes defenderán la libertad de su seudolíder como si fuera la propia, perdiendo de vista el propósito inicial: la posibilidad de desarrollarse interna y externamente, de poder decidir sus conveniencias y sus caminos sin el límite arbitrario del patrón. En una vergüenza, pues, se convierte el circo de la libertad ya supuesta, en la que pocos actúan, disfrutan, deciden, mientras la gran mayoría, sin participar del adefesio, de la rebatiña, aplaude desde sus asientos, desde lejos, desde afuera, con prohibición de acercarse. Al parecer, en estos tiempos la libertad es como el viento de agua, pero sin agua.

lunes, 11 de mayo de 2020

Otra palabra manoseada: Amor


Amor, otra palabra manoseada. En los libros, en el transcurso de la historia, en la casa, de chiquitos o según boleros de la radio. Quién sabe de dónde salió tanta falacia. Lo cierto es que el amor se convirtió, a fuerza de manipulación acomodaticia, en la razón de vida de muchos, que en extraña paradoja, no parecen entender qué cosa es esa tan nombrada, tan gritada a los “cuatro vientos”, tan bordada en tanta bandera. Por algún esguince de los tiempos, el amor se convirtió en motivo de guerras, en calamidad personal, en el sufrimiento que se coló en el paquete soñado. Como un acto siniestro de magia, “el que no cela no ama” o “te amo con locura”. El amor llegó a ser ese fluido especial que solo verteríamos solo en unos cuántos: mi mujer, mi hombre, mis hijos, mis padres y hermanos, mientras camino por ahí destrozando al resto. Así que podemos ver gentes que “aman” con demencia a dos o tres y no aman a más nadie. Es una forma ridícula y pretensiosa de amor: un amor selectivo… como si el amor fuera un chorro dirigible. Convertimos a ese portento de sentimiento, de manera de ser, de estar en equilibrio, en solo una forma de demostrar lo primitivos que somos, ¡y a mucha honra! Convertimos eso que llamamos amor en una licencia para mortificar al otro, para atraparlo, para maltratarlos sin nos abandonan, en una adicción que como tal, no cesará. Y olvídense de “amar al prójimo como a ti mismo”, porque “timismo” no sabe qué es eso, no se ama y por tanto, no sabe dar de lo que no tiene. Pasión loca, afinidad familiar, vocación por ayudar a los demás, de mantenerlos en dependencia y de esperar agradecimientos. Quién sabe cuándo murió el amor verdadero, el que deja ser, el que comparte, el que suma sin restar, el que libera, o en qué engendro destructivo se ha convertido, porque esto que escuchamos ahora del amor es más bien digno de visita a un profesional de la mente, de una caja de pastillas, encierro y sueño.

miércoles, 19 de febrero de 2020

Abandono a futuro


¿Será tan difícil explicarle a un niño que hay cosas que por ahora no entenderá y deberá confiar en sus padres? ¿Será tan difícil que el niño entienda que depende del cuidado de nosotros? ¿Será así de terrible hacerle sentir al niño que sin nuestra presencia y nuestras decisiones está totalmente indefenso? ¿En qué momento fue posible que el muchacho le montara la bota a los padres y les exigiera lo primero que se le vino a su cabeza inmadura? ¿Cuándo fue, pues, que el papel de orientador se deslizó del amor y la experiencia de un padre al capricho del hijo?

A algunos nos resultan preguntas obvias, pero cuando caminamos por la calle, entramos al supermercado, visitamos a un amigo, vemos que la responsabilidad se ha aflojado tanto que toda la situación de la crianza cae en escenarios ridículamente peligrosos.

Pasamos –como dice la sicóloga− de tenerles miedo a nuestros padres a tenerles miedo a nuestros hijos. Parece que el miedo de perder el amor de nuestros hijos prevaleciera por encima de su propio bienestar, de los buenos intereses de la familia, dejando a un lado el deber de formarlos en medio de ciertos valores y reglas para que más adelante se puedan desenvolver con la menor cantidad de sufrimiento posible.

Ojo, no estoy hablando de santurronerías o de vidas perfectas o falsas pretensiones. Estoy hablando de la relación directa que tienen la responsabilidad y la autoridad en la crianza de los tripones. En el mismo momento en que se abandona el rol de guía, comienza a abandonarse la protección futura del niño, y este abandono diferido se irá haciendo evidente en la medida en que el muchacho deje de respetar a su padre, a su madre o a ambos; en la medida en que los oídos sordos sean la respuesta a una preocupación legítima de nuestra parte.

Tampoco estoy hablando de los padres perfectos, dado que nosotros, los padres del pasado también tenemos nuestro prontuario. Estoy hablando de que la familia sigue siendo “la célula fundamental de la sociedad” –como siempre nos dijeron en la escuela y nunca nos terminaron de explicar esa vaina−; y si esta sociedad fundada por padres violentos por un lado y por valores egoístas por el otro han resultado en este desastre de planeta que exhibimos hoy, imaginen la calidad del planeta que se viene forjando ahora mismo, cuando criamos hijos indiferentes, insensibles, abandonados a la tecnología y al juguete destructor dentro de nuestros propios hogares; hijos, que en sociedades que se hacen llamar “desarrolladas” según el criterio de éxito actual, salen con un arma y acaban con sus vidas y con las vidas de los demás.

Todo lo que ahora ocurre se debe a cómo marchó todo en el pasado. Asimismo, todo lo que ocurra mañana será el producto de cómo se hacen las cosas hoy. Yo no creo en sorpresas.


martes, 11 de febrero de 2020

Sobre Joaquín Phoenix y el discurso sobre la naturaleza (Artículo)



Muchos vimos el acto de entrega de los premios “Óscar” el domingo pasado y claro, la victoria de Joaquín Phoenix por la actuación en Joker era casi un mandato popular y de los que saben de eso. En su discurso —bastante sentido, por cierto— destacó varios aspectos personales que necesitaron mucha valentía para salir ante semejante audiencia, lo cual sitúa al actor en un plano de conciencia y de autocrítica muy distinto al mismo sistema que lo condecoró como mejor actor.

Para quien escribe, desde hace algún tiempo, uno de los aspectos más valiosos de un ser humano (sacando por el momento a los sicópatas) es la coherencia, la consistencia entre lo que siente, dice y hace, y me parece que Joaquín está coqueteando con esa coherencia máxima. Entre los argumentos que esgrimió en el escenario estuvo la lejanía del ser humano del mundo natural, tomando como ejemplo la separación de la cría de la vaca para efectos comerciales y la sustracción posterior de su leche, también para el beneficio humano.

Respecto del discurso/argumento de las personas sobre la Naturaleza y su sabiduría, me parece que es acertado en el sentido de que la naturaleza establece sus mecanismos y equilibrios propios que resultan en la supervivencia sostenible de un sinfín de especies animales y plantas de variedad y belleza sin igual, al menos en los planetas más próximos. El argumento de Joaquín sobre la conducta humana en contra de esa sabiduría de la naturaleza gana adeptos porque es cierto, si lo vemos desde el punto de vista romántico: el ser humano saquea mientras infringe las leyes de la naturaleza, lo cual atenta, por mera inconciencia y hasta por falta sentido común, contra su propia supervivencia.

Ahora bien, si el argumento de que la sabiduría de la naturaleza garantiza la sostenibilidad y la permanencia de sus pobladores es indiscutible, podríamos también estar incurriendo en un romanticismo algo ridículo al tratar el tema. Es importantísimo establecer que la Naturaleza no tiene moral, no actúa con ética simplemente porque estos conceptos son productos de la mente humana, y ante la incoherencia de la mente humana, algunos casos del mundo natural pueden resultar una barbaridad, incluso, para los que defienden el discurso a favor.

En el mundo natural, lo que el ser humano llama “promiscuidad”, lo que denomina “robo”, lo que etiqueta como “egoísmo” y que a todas luces son actitudes inmorales, indebidas o al menos mal vistas en la sociedad, no son nada extraños. Si usted ve un video de un león matando a las crías del jefe anterior de la manada para establecer su propia descendencia; si usted mira a las hienas quitando la mitad de lo que los demás depredadores cazan para comer; si puede observar a dos animales peleando por un territorio de decenas de kilómetros cuadrados, y transfiere todas estas acciones al ser humano, no cabe duda de que los juzgará indiscutible e inflexiblemente como un delincuente. Llevémoslo a un contexto cotidiano: quienes comemos carne lo hacemos porque no tenemos que cazar a la presa: o no tenemos la fuerza, la constancia o la pericia, o simplemente no tenemos las agallas para quitarle la vida a un animal y embarrarnos las manos de sangre para conseguir nuestros alimentos. Muchos nos volveríamos vegetarianos o veganos, sin duda, si se plantease esta situación extrema.

Así que esa sabiduría de la naturaleza no es que sea mentira: es que nosotros no somos capaces de asumirla como verdad debido a nuestros esquemas mentales y sociales bien atornillados en el transcurso de nuestra vida, y como cosa rara, de asumir el ser humano el nuevo régimen natural y dada la experiencia de milenios, este sería un régimen hipócrita e inconsistente que nos llevaría, en algún tiempo más adelante, a otra crisis generada por quienes se atreven a señalar el saqueo y la barbarie —por la razón que sea—, como bien lo hizo Joaquín Phoenix.

viernes, 7 de febrero de 2020

La relación conmigo mismo


Eso no existe. La relación con uno mismo solo existe como una construcción mental para imaginarse que cada uno de nosotros somos en realidad dos, y que uno de ellos debe “administrar” la relación con el otro. Es decir que cuando somos dos que tienen una relación, esta viene a ser una relación disfuncional –una más– en la que uno de ellos echa vaina, es caprichoso, impulsivo; y el otro es compasivo, responsable, decisivo. Vaya mala película de gemelos.
Somos uno. Somos el que está en contacto con la conciencia, el que es conciencia. El otro, el malandro de la historia anterior es  la mente sin control, a merced de las emociones, de los caprichos de cada momento, la de los berrinches. Somos uno que tiene a esa mente a su disposición como herramienta espectacular mientras esté supervisada conscientemente. Decir que somos lo que hay en nuestra mente es como afirmar que el asesor de mercadeo es el dueño de la empresa.
Somos uno, pero sin la capacidad de hacerse responsable de sus pensamientos, de sus sentimientos y sus acciones. Somos uno con ganas de ser dos para echarle la culpa a alguien. Somos uno que perdió el camino y, en el transcurso, se entretuvo con métodos, con fórmulas, con artefactos maravillosos, mientras, sentado para siempre a la orilla del camino, se le olvidó hacia dónde y por qué había tomado ese camino en primer lugar.

lunes, 13 de enero de 2020

Espiritualidad para venezolanos: el primer acercamieto


Cuando uno ha revisado cierto material y discursos sobre la espiritualidad en términos de conciencia, no de religión, y hasta experimentado algunas migajas de sus ventajas, uno comienza a ver cómo se asoma la dificultad al tratar de explicarle este tipo de cosas a los demás, a los panas, a los familiares, a uno mismo.

Cuando se ha entendido que hace miles de años, sobre todo en Medio Oriente y Oriente, mucha gente logró un estado de paz por medio del dominio de la mente por una conciencia superior a ella, por parte de una inteligencia no operativa, la cosa se pone color de hormiga y segurito, si te pones con todo tu entusiasmo a querer explicarle a otro lo que pudiste experimentar, lo más seguro es que te van a mirar raro y continuarán con otro tema. Hay que cuidar ese entusiasmo que te impulsa a regar por ahí cómo solucionar ciertos problemas de la vida cotidiana desde un punto de vista nuevo, extraño, que le parecerá brujería a los demás.

Si vas a hablar de “control mental”, debes tener en cuenta que todos creemos que somos nuestra mente, que mientras más entrenemos la mente, más inteligentes seremos. No mucha gente apoyará que la mente también es un repositorio de basura que te gobierna. En ese caso, cuando comiences a hablar de apaciguar la mente, te van a golpear con el argumento “yo soy lo que tengo en mi mente y mi mente es poderosa e inteligentísima”. Si vas a hablar de “conciencia”, te entenderán “moral” o “ética”. Si vas a hablar de “silencio” o de “paz”, te entenderán “aburrido” o “conformista”. Hablar de muchos términos preliminares al entendimiento solo traerá desinterés o desdén si no se tratan con cuidado y, sobre todo, con elocuencia y sencillez.

Definitivamente, el encuentro con alguien para traspasar el interés en la espiritualidad pasa por la necesidad de ajustarse al entendimiento del interlocutor, a su experiencia, a sus expectativas. Se impone transmitir efectivamente el cambio de eje mental que quien escucha debe tener para curiosear sobre el tema y, sobre todo, entender que por la aparente complejidad de lo que se habla, la cosa no es fácil.

sábado, 4 de enero de 2020

¿La verdad con palabras? no lo creo...

Dime cómo sabe el vino. Intenta por un ratito describir ese sabor para que yo lo entienda. Haz tu mejor esfuerzo para que yo quede con el sabor del vino en mi boca y así aprender de ti, saberlo a partir de tus enseñanzas. Pues, no se puede. Convéncete de que ni el mejor orador ni el más estudioso puede usar solo palabras para transmitir la experiencia. Así es con el vino, así es con la vida misma, así es con el amor, así es con la espiritualidad. Lo que puede hacer la persona bienintencionada es inyectar la curiosidad, la semilla que luego crezca en el otro y éste, por su lado, decida experimentar el asunto. Por eso es que es tan difícil que una persona esparza lo que siente entre otros, entre muchos otros. Una persona siempre tendrá una sola perspectiva de la vida, por lo que nunca podrá abarcar la “verdad completa”, la “verdad de todos”. Lo que logrará en la multitud será despertar la interpretación sobre lo que ella dice y no la exactitud de lo que siente. Luego de salir del recinto, cada quien saldrá por su lado, emocionado por lo que el orador dijo, pero desde su punto de vista único, particular… creando de nuevo su propia verdad, su propia experiencia, su propia creencia.

viernes, 3 de enero de 2020

La indiferencia, ¿complicidad o supervivencia?


Al comienzo todo se puede atajar. Antes de que el mal avance, todo se puede corregir. Antes de perder los frenos, cambiar el rumbo tiene mejores perspectivas. Pero todo ha avanzado. Todo se dejó rodar ante nuestra mirada indiferente hasta llegar al estado actual de descomposición de aquello que en un inicio fue puro y fácil de comprender. Quienes vivieron los primeros momentos de lo que hoy tenemos como regla de vida fueron golpeados real o implícitamente por promesas irresistibles de bienestar llevadas a cabo con la seducción como instrumento principal. La rueda del progreso –o como quiera llamársele− dio sus primeras vueltas bajo nuestras narices, y a pesar de las objeciones, las reacciones oportunas, las que podrían llevarnos a mejor puerto, esa rueda impostora siguió su camino aplastante y aceleró hacia los niveles actuales de inevitabilidad. Nos hicimos los locos por un rato y la comarca se volvió un manicomio. La indiferencia vestida de confianza fue nuestro pecado en los momentos en los que se necesitó de la participación oportuna. Dejamos el timón solo y la rueda quedó a cargo, dictando la receta para su propio éxito… y se aseguró de que así se cumpliese.

Aquí estamos, pues, producto de nuestra indiferencia de siglos; unos, queriendo estar bien y otros, creyendo estar bien, entre sobresaltos, incertidumbres y enfermedades supuestamente sorpresivas invadiendo nuestros cuerpos y nuestras mentes. Aquí estamos, hermanos, con la frustración heredada y siempre heredable de no tener una existencia más simple, más justa, más plena; y es en medio de esta demencia que podemos escuchar a quienes quieren y luchan por su dignidad, por la nuestra.

Son esas voces otrora sencillas, modestas, desenfadadas, que desde el inicio de la locura abogaban por la justicia y el bienestar de todos las que hoy se radicalizan y exigen vehementes nuestra participación en la lucha frontal contra la rueda actual, la ya omnipotente, prescribiendo la muerte, si fuese necesario, para conservar nuestro respeto y la libertad ante el vicio y el pecado instaurados, enquistados en los círculos de poder –visibles o invisibles– y en sus miopes seguidores.

Pero, ¿cómo lograr eso a estas alturas? Retomar el rumbo inicial, el rumbo de la gracia, el camino original se convierte en una empresa que se desvanece a cada minuto, dejándonos desamparados, desnudos, sin argumentos que parezcan válidos ante nuestros semejantes atrapados en el canal del progreso, de la llamada democracia, de la aparente autodeterminación, pero que desde aquí lucen como usuarios adictos de la indiferencia como medio para sobrevivir.