Otra palabra manoseada: Felicidad
Felicidad, otra palabra manoseada. Todos
queremos ser felices: todos, y queremos ser felices a como dé lugar, aunque no
sepamos qué vaina es esa. Unos dicen que es el resultado de obtener los logros
planteados; el de más allá afirma que puede ser feliz aunque esté
coyunturalmente triste; las pantallas y revistas nos inducen la idea de la
felicidad por medio de vivencias emocionales fuertes que normalmente benefician
a tal o cual empresario. Ante el desengaño, se dice que la felicidad son
pequeños períodos, momentos en la vida, como si fuese igual a la simple
alegría. Los de aquí ven a la felicidad en prospectiva y los de allá en
retrospectiva; es decir, unos la ven a futuro en un deseo honesto y optimista;
y otros en el pasado, al momento de tejer el resumen de lo vivido. Claro,
siempre están los que dicen que es lo que el dinero puede proveer y cuando se
dan cuenta de que hay millonarios tristes y suicidados, salen con el chiste de
que prefieren ser infelices, pero al menos con piscina. Es obvio el manoseo de
la palabrita, y particularmente me parece que la palabra felicidad es otra
construcción bien o malintencionada que se perdió en el camino, entre enredos y
medias verdades, y que actualmente no se puede ser feliz sin crecimiento
interno, sin desarrollar eso, “lo esencial que es invisible a los ojos”. Tal
vez estamos pidiendo demasiado sin tener los recursos para gozar una realidad
benevolente. Tal vez la humanidad se desvió y cayó por un barranco por el que
ser feliz es solo un decir, un deseo necio. Quizás hay que, en estos tiempos,
ir ajustando la idea de la felicidad al gozo tranquilo, al entusiasmo
constructivo, a la paz. Pareciera que el ejercicio de la felicidad, en esta
época, se refiere solo a la distracción, al tener, disfrutar y desechar: al
consumo, pues… y como no hay real, nunca sabremos si eso es así o es otra
mentira más.
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