martes, 12 de mayo de 2020

El reflejo de la luna y demás...


No es “la cosa” lo que vemos, sino lo que apunta hacia ella. A veces ese apuntador ni cerca está de lo que necesitamos, y en ese camino extraviado, nos quedamos rezándole a estatuas, mirando nuestra “vida soñada” por televisión o afirmando que este desorden es la felicidad. Y lo hacemos durante toda la vida, durante tantos años, que llega un momento oscuro en el que debemos mirar atrás para saber cuándo dejamos de ser auténticos, cuándo la libertad de ser; cuándo fue que nos traicionamos a nosotros mismos y ahora nos vemos obligados a arrodillarnos en ritos, arrastrarnos por las formalidades, rendirnos ante la tecnología y los argumentos científicos: religión por todos lados, pues, aunque te arreches y me repliques ahora con argumentos cuadrados que chorreen veneno heredado, copiados con urgencia, inyectados sin darte cuenta. Y nunca falla el momento de la temible pregunta “¿y en qué ando yo?” que nos produce un frío en la espalda y un temblor en las piernas. Nos llenamos de tantas representaciones, imágenes, referencias, apuntadores, que nos emocionamos más al ver un paisaje en una pantalla HD que teniéndolo enfrente. Salivamos viendo el retrato de una manzana en un comercial, pero cuando vamos al mercado no sentimos nada. No es por ser agorero, pero seguro uno de estos días nos encuentran atolondrados, mirando el reflejo de la luna en un tobo, sin saber en qué parte del cielo estaba.

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