El reflejo de la luna y demás...
No es “la cosa” lo que vemos, sino lo que apunta
hacia ella. A veces ese apuntador ni cerca está de lo que necesitamos, y en ese
camino extraviado, nos quedamos rezándole a estatuas, mirando nuestra “vida
soñada” por televisión o afirmando que este desorden es la felicidad. Y lo
hacemos durante toda la vida, durante tantos años, que llega un momento oscuro
en el que debemos mirar atrás para saber cuándo dejamos de ser auténticos, cuándo
la libertad de ser; cuándo fue que nos traicionamos a nosotros mismos y ahora
nos vemos obligados a arrodillarnos en ritos, arrastrarnos por las
formalidades, rendirnos ante la tecnología y los argumentos científicos: religión
por todos lados, pues, aunque te arreches y me repliques ahora con argumentos cuadrados
que chorreen veneno heredado, copiados con urgencia, inyectados sin darte
cuenta. Y nunca falla el momento de la temible pregunta “¿y en qué ando yo?” que
nos produce un frío en la espalda y un temblor en las piernas. Nos llenamos de
tantas representaciones, imágenes, referencias, apuntadores, que nos emocionamos
más al ver un paisaje en una pantalla HD que teniéndolo enfrente. Salivamos viendo
el retrato de una manzana en un comercial, pero cuando vamos al mercado no
sentimos nada. No es por ser agorero, pero seguro uno de estos días nos
encuentran atolondrados, mirando el reflejo de la luna en un tobo, sin saber en
qué parte del cielo estaba.
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