Eso no existe. La relación con uno mismo solo existe como una construcción mental para imaginarse que cada uno de nosotros somos en realidad dos, y que uno de ellos debe “administrar” la relación con el otro. Es decir que cuando somos dos que tienen una relación, esta viene a ser una relación disfuncional –una más– en la que uno de ellos echa vaina, es caprichoso, impulsivo; y el otro es compasivo, responsable, decisivo. Vaya mala película de gemelos.
Somos uno. Somos el que está en contacto con la conciencia, el que es conciencia. El otro, el malandro de la historia anterior es la mente sin control, a merced de las emociones, de los caprichos de cada momento, la de los berrinches. Somos uno que tiene a esa mente a su disposición como herramienta espectacular mientras esté supervisada conscientemente. Decir que somos lo que hay en nuestra mente es como afirmar que el asesor de mercadeo es el dueño de la empresa.
Somos uno, pero sin la capacidad de hacerse responsable de sus pensamientos, de sus sentimientos y sus acciones. Somos uno con ganas de ser dos para echarle la culpa a alguien. Somos uno que perdió el camino y, en el transcurso, se entretuvo con métodos, con fórmulas, con artefactos maravillosos, mientras, sentado para siempre a la orilla del camino, se le olvidó hacia dónde y por qué había tomado ese camino en primer lugar.
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