No me gustan los grupos humanos. No me gustan, porque son la multiplicación enloquecida de la mente del más humilde de sus individuos. No me gusta nada, porque le quita a cada integrante su propio sentido de pertenencia y se lo regala a una multitud con incertidumbres acumuladas, convirtiéndose luego, todo ese gentío, en esclavo de la pertenencia al grupo, al grupo fundamental.
Entonces
es cuando comienza la función. El grupo dice tener “identidad” y se pasea por
las calles, las casas, los medios y los libros, muy risueño y seguro él, con
eso de la identidad. Hay actos, se inventan colores, material de promoción y un
silbatico muy estridente para anunciar el éxito de la unión de ese pocote de
individuos insuficientes para ellos mismos. Hay roles que parecen ser más
importantes que otros dentro del grupo, y parecen también recibir mayor
reconocimiento. Estos roles “importantes” se van erigiendo, con la aprobación
de los más complacientes e interesados, en los jefes, en los orientadores, en
los nuevos dioses. Se establece la primera división; ya son dos subgrupos. No hay
debate, no hay discusión: “las cosas son como son, amigo mío, y cualquier intento
sería traición al monolito”. Es entonces cuando los representantes de los roles
menos importantes se van indignando y, ante la imposibilidad de tumbar al líder
ilegalmente autoerigido, deciden salirse y crear su propio grupo.
Así es,
pues, con la justicia como bandera, se crea la segunda división, el segundo
grupo no tan fundamental. No tardará este flamante segundo grupo en practicar
los mismos vicios del primero: son los mismos ángeles salvadores. Pero antes, mostrarán
su nueva bandera, sus nuevos colores y uniformes, su —ahora sí— contundente
manera de pensar y hacer, muy distinta a los del “otro grupo”. Eventualmente,
se repetirá la historia de amor y dolor. Esta multiplicación, esta mitosis sucesiva,
infinita, puede durar años en darse y es por eso que, quienes presencian el
espectáculo actual no viven lo suficiente como para comparar entre el pasado y
el presente, entre lo anterior y lo actual, entre lo “bueno” y lo “malo” para
crearse un criterio. Por esto, en esta sociedad moderna y en la que es tan
fácil argumentar con la vehemencia del caso, estamos infestados con grupos puristas,
radicales y enfurecidos permanentes, con grupos académicos de maletín, que a
falta de experiencia directa, optan por las versiones de la historia que más
les complace, una historia escrita con manos interesadas y que claro, para
variar, no para de fortalecer los grupos existentes.
Pues, aquí
estamos, repletos de grupos, rodeados de pequeñitos e insuficientes mundos como
para poder caber todos, mientras los que no se deciden todavía por el grupo por
el que darán la vida, si hiciera falta, seguimos viendo el desfile con no mucho
interés. Sin embargo, quién sabe… puede ser que me veas el año que viene
hablando raro, disertando en la plaza o en la asamblea, representando a mi grupo, cumpliendo
a pie juntillas con esta desfachatada aberración de la sinergia.