jueves, 27 de junio de 2019

No me gustan los grupos


No me gustan los grupos humanos. No me gustan, porque son la multiplicación enloquecida de la mente del más humilde de sus individuos. No me gusta nada, porque le quita a cada integrante su propio sentido de pertenencia y se lo regala a una multitud con incertidumbres acumuladas, convirtiéndose luego, todo ese gentío, en esclavo de la pertenencia al grupo, al grupo fundamental.

Entonces es cuando comienza la función. El grupo dice tener “identidad” y se pasea por las calles, las casas, los medios y los libros, muy risueño y seguro él, con eso de la identidad. Hay actos, se inventan colores, material de promoción y un silbatico muy estridente para anunciar el éxito de la unión de ese pocote de individuos insuficientes para ellos mismos. Hay roles que parecen ser más importantes que otros dentro del grupo, y parecen también recibir mayor reconocimiento. Estos roles “importantes” se van erigiendo, con la aprobación de los más complacientes e interesados, en los jefes, en los orientadores, en los nuevos dioses. Se establece la primera división; ya son dos subgrupos. No hay debate, no hay discusión: “las cosas son como son, amigo mío, y cualquier intento sería traición al monolito”. Es entonces cuando los representantes de los roles menos importantes se van indignando y, ante la imposibilidad de tumbar al líder ilegalmente autoerigido, deciden salirse y crear su propio grupo.

Así es, pues, con la justicia como bandera, se crea la segunda división, el segundo grupo no tan fundamental. No tardará este flamante segundo grupo en practicar los mismos vicios del primero: son los mismos ángeles salvadores. Pero antes, mostrarán su nueva bandera, sus nuevos colores y uniformes, su —ahora sí— contundente manera de pensar y hacer, muy distinta a los del “otro grupo”. Eventualmente, se repetirá la historia de amor y dolor. Esta multiplicación, esta mitosis sucesiva, infinita, puede durar años en darse y es por eso que, quienes presencian el espectáculo actual no viven lo suficiente como para comparar entre el pasado y el presente, entre lo anterior y lo actual, entre lo “bueno” y lo “malo” para crearse un criterio. Por esto, en esta sociedad moderna y en la que es tan fácil argumentar con la vehemencia del caso, estamos infestados con grupos puristas, radicales y enfurecidos permanentes, con grupos académicos de maletín, que a falta de experiencia directa, optan por las versiones de la historia que más les complace, una historia escrita con manos interesadas y que claro, para variar, no para de fortalecer los grupos existentes.

Pues, aquí estamos, repletos de grupos, rodeados de pequeñitos e insuficientes mundos como para poder caber todos, mientras los que no se deciden todavía por el grupo por el que darán la vida, si hiciera falta, seguimos viendo el desfile con no mucho interés. Sin embargo, quién sabe… puede ser que me veas el año que viene hablando raro, disertando en la plaza o en la asamblea, representando a mi grupo, cumpliendo a pie juntillas con esta desfachatada aberración de la sinergia.


martes, 25 de junio de 2019

Creen que creen



Cavilando en medio del ocio y con alguna ayudita, rayé un cuadrito y una lista pequeña sobre creyentes y no creyentes, y aunque aplica para varios entornos de la vida cotidiana, dediqué esta píldora solo a la creencia religiosa o espiritual.

Separé a la gente en el grupo de los que creen y los que no creen. Luego saqué dos subgrupos: los que creen que creen y los que saben que no creen. Mirando para el techo, me fue fácil situar estos dos últimos subgrupos en su grupo correspondiente: los que no creen. En medio de lo trivial que pudiera parecer la observación, quedé rascándome la cabeza.

1.       Está claro que el ser humano que no tiene la creencia y está claro en su posición, buscará en el mundo tangible ese equilibrio que, para los creyentes equivale al aspecto espiritual que los ayudará a conseguir la salvación.
2.       Los creyentes, por su parte, tienen el deber de cultivar su fe mientras logran, en algún momento, sentir y mantener la conexión divina, su comunicación con Dios.

Los otros dos subgrupos de la no creencia son mucho más relativos y complejos a la vista, dado que se sitúan entre quienes voluntaria o involuntariamente y por algunas razones ocultas ante sí mismos y los demás, no creen en Dios y sus designios… al menos no cabalmente, que es lo mismo. El siguiente fue el grupo que me atrajo más la atención:

3.       Por un lado, quienes solo creen que creen parecieran ser víctimas de sus deseos de salvación, pero no cuentan con la convicción necesaria para avanzar en la creencia, para lograr la conexión. Sin embargo, este grupo no está exento de ser engañoso, queriendo o sin querer. Bajo el manto inconsciente del deseo de ser salvos, se tejen marañas operativas y leguleyas que afectan el cumplimiento al mandato de la Palabra. Un sí pero no, una interpretación amañada del texto, un comportamiento santurrón y pacato que desvirtúa el carácter sagrado del entorno y que sirve para vestir una armadura que les proteja de las dudas, de la discusión, del debate. Y así van avanzando en su elemento, asistiendo “religiosamente” a las iglesias, engullendo versículos, pegando librazos, convirtiéndose en las autoridades potenciales del templo, señalando con señorío, como los hijos preferidos del Señor que creen ser, mientras los demás obedecen y trabajan.

4.       Por el otro lado, quienes saben que no creen, se meten de lleno en su teatro para convencer al resto de que su objetivo es la bondad, la salvación, la vida eterna. Es, en dos platos, un lobo que pudo meterse en el corral. Son muy similares al grupo anterior, pero totalmente al tanto de su vulgaridad.

Después de este vuelo rasante por un tema harto complejo, igual estamos claritos en que estos dos últimos grupos de personas (3 y 4) tienen una peligrosa lucha interna que los grupos 1 y 2 dan por encaminada. 

El gran problema entre los grupos humanos que conviven en el planeta, mirando desde esta silla de escribir, no parece ser creer o no creer, sino manifestar algo de respeto y honestidad hacia los demás al momento de vociferar sus pretendidas tendencias personales, mientras logran establecer sus enormes empresas de falsa bandera.

jueves, 20 de junio de 2019

Células cancerosas


Células cancerosas de la colectividad. Desde algún punto de vista, eso parecemos ser. Somos organismos creados perfectos, pero que por la acción continua de la civilización vamos adquiriendo agujeros, carencias, complejos, que nos hacen dañinos para nosotros mismos, en principio. Entonces, una vez que nos declaramos aptos para la vida adulta, pasamos de ser individuos aislados, protegidos, a ser integrantes de un tejido masivo conformado por seres sin herramientas afectivas, afectados por las mismas ansiedades, los mismos temores, por las mismas frustraciones. Y pasando ya a formar parte de algo mayor, creamos un tejido a imagen y semejanza de esos individuos maltratados atomizados. Se crea una “conciencia colectiva” –como si eso existiera–, un pensamiento colectivo, unos deberes impuestos por esta nueva figura frágil, pero poderosa en razón de su tamaño.

Eventualmente, aparecerá el líder, un individuo producido por este molde imperfecto llamado “sociedad”, por ese troquel de expectativas, de miedos que todos niegan, que todos fingen no saber de dónde salió. Este líder, más atrevido, con un poco más de carisma, de academia, de complicidad, y con su propio cargamento de basura a cuestas, se unirá a otros con igual herencia y formarán esos grupos de autoridad que le indicarán el “camino correcto” al resto, a esos que solo esperan que algo, alguien o alguna forma de pensar los saque del hueco del que nunca pudieron salir por falta de visión propia, por falta de una perspectiva favorable.

Para este momento, ya tenemos un organismo maltrecho, demente y con poder autónomo de decisión a cargo de todo. Como resultado de una locura tras otra, de semejante acumulación de absurdos impulsados por el ego desmedido de sus células, desfilamos por las pasarelas del engaño, con muy buena pose, con un orgullo sonriente, mientras realmente somos un tumor a punto de matar al cuerpo atrofiado que lo transporta.


En este punto, vale el esfuerzo preguntarse si cualquier estructura masiva perdurará si en su constitución fundamental alberga piezas incompletas o de mala calidad. Asimismo, vale la pena preguntarse si cualquier colectividad, cualquier grupo humano, podría funcionar en favor de sí mismo si en su constitución fundamental está conformado por seres incompletos. Yo creo que no.


sábado, 15 de junio de 2019

Respeto mata verdad



La búsqueda de la verdad ha pretendido ser una de las empresas más importantes y duraderas. Normalmente flanqueada por sabios, pensadores y creyentes, que han hecho un esfuerzo por mantenerla después de encontrarla, ha logrado malograr a más gente de la que se hubiese imaginado. Entonces es cuando vienes tú con tu verdad a aplastar la mía, yo me enojo y te la restriego en tu cara para después terminar en supuestas “discusiones” entre gente pensante, inteligente ella.

Cuando alguien habla de la verdad no acepta dudas, variaciones o disidencias de sus interlocutores, no. Cuando alguien habla de su verdad particular, de su interpretación de alguna verdad más grande, se erige como una regadera de bendiciones para quienes lo escuchan; y como habla tan bonito, me lo tengo que creer o le hago la guerra con lo que acabo de leer.

Pero nadie habla del respeto, que quizás es la verdad primera que debería gobernar. Imaginando que alguien tuviese “la verdad” en sus manos, el respeto debería ser el hilo conductor de sus palabras, de todo ese discurso altisonante. No es raro ver por ahí gente con un panfleto, con la Biblia o con una entrevista televisiva bajo el brazo, negando con la cabeza y manoteando a su audiencia, mientras esgrime sus argumentos apasionados, infalibles, autoritarios. Son, en la práctica, los detractores más tremendos de la mayéutica de Platón, mientras afirman, a sombrerazos, ser los portadores de algo que todos necesitamos saber.

El tan ausente respeto podría servir para abrir oídos y corazones, para necesitar escuchar lo que el otro piensa y siente y sus razones; para aprender del otro y hacer que escuchen nuestras inquietudes para ver si conseguimos respuestas entre nosotros mismos, pues… entre panas.
Pero no. Tan vehementes que somos, tan inyectadores de criterios que nos creemos, tan reyecitos de la oratoria que nos vendemos, que nadie —¿escucharon?— ¡nadie! ¡va a venir a decirme que lo que aprendí anoche es mentira!


miércoles, 12 de junio de 2019

Sueños ajenos


Sueños ajenos inoculados desde las aún festejadas tres carabelas repletas de criminales marginados, enceguecidos por la fortuna.

“El venezolano es flojo, vivo”, nos dicen desde chiquitos. Por lo tanto, me voy bebiendo sorbo a sorbo eso de no ser venezolano, mientras el mensajito imbécil se instala en nuestra cabeza.

Compendio de razas hacinadas en un mismo territorio en contra de sus voluntades arrodilladas, a las que les cuesta sentir orgullo de esta mezcla no solicitada, llevada a cabo, en principio, por la violación de seres humanos entonces descritos como animales.

Sueños ajenos que se apoderan de nuestras horas, de nuestras creencias, de nuestras voluntades, de nuestras decisiones, para finalmente adueñarse de esta, nuestra historia repetitiva y fastidiosa de contar.

Sueños ajenos que perviven muy dentro y que nos aleja de eso que llamamos identidad.

Sueños ajenos y sofisticados que cada vez noquean a esta memoria colectiva frágil que, invariablemente, nos empuja a anhelar un pasado mejor que nunca existió y que misteriosa e inexplicablemente nos trajo a este drama.

Sueños ajenos que en parpadeante retórica reclaman la reconciliación, pero nuestra memoria bien entrenada para la calamidad nos impedirá saber si alguna vez estuvimos en conciliación.

Finalmente, esos sueños ajenos se plantan en definitiva para exigir rentabilidad, resultados, y es cuando no hay vuelta atrás. Es entonces cuando se elevan las anclas y desaparece el arrepentimiento posible para morir lejos, aunque calentitos, de esto que pudo ser un sueño propio, mancomunado, grandioso, llamado “Venezuela”.

martes, 11 de junio de 2019

¿Quién arreglas esto?



Alguien tiene que parar esto. Alguien tendrá que darle fin al desastre. Alguien deberá ponerle punto final a este ciclo infinito de degradación del ciudadano. El pillaje ya se hizo dueño de las calles, de las instituciones, de las desesperaciones. Cada vez menos personas son las que se detienen al ver a un ser humano en desgracia, al vecino jodido, para fingir que todo está bien y seguir en su garabato de vida.

Muchos se lamentan de la situación, como es natural. Otros con menos filtros gritan y manotean la cara del otro. Otros, todavía con reservas, juegan a que no ven, a que no saben, mientras el barco de todos se sigue hundiendo. ¿Y quién para esto, entonces? La respuesta a la mano es Dios, un semidiós o un político –que es más o menos lo mismo–, un cataclismo que se lleve a los malos y deje a los buenos miedosos reconstruir entre los escombros.

¿Cómo serían los reconstructores? ¿Genios, maestros, abogados, comerciantes? ¿Qué edades tienen ahora quienes comenzarán por el camino limpio, depurado? Por razones lógicas de tiempo y oportunidad, yo me inclino a pensar que son los niños los depositarios de esa esperanza y esa nueva manera de sentir, de pensar, de actuar. Sí, sí, esos bichitos fastidiosos que nacieron sin querer, que no dejan de joder, que lo que hacen es jalar plata, que hay que comprarles un videojuego o un teléfono inteligente para que nos dejen, a nosotros, las joyas que destruyeron todo, en paz.

Pero, ¿quiénes los educarán? ¿Quiénes los llevarán de la mano? ¿Sus padres, sin afectos cultivados ni herramientas aprendidas? ¿Sus maestros, hundidos en la desmotivación eterna del sistema? ¿Los funcionarios públicos, que pescan y ahogan en río revuelto? ¿O nuestros empresarios, reyes del sálvese quien pueda? Pregunta difícil de responder.

Los jóvenes padres, hijos de esta generación, tienen la labor cuesta arriba de colocar en las mentes y los corazones de los pichurros las herramientas para disfrutar y defenderse en la vida; jóvenes padres que no fueron educados ni instruidos por los suyos o por el Estado, nuestro padre institucional abandonador, infestado, a su vez, por esos jóvenes padres y abuelos corrompidos por la crisis y sus oportunidades. 

¿Cómo salir de este círculo más que vicioso? ¿Cómo romper con la involución constante que nos arrima al borde del barranco definitivo? La respuesta lejana, por supuesto, es el uso de la conciencia. Pero, ¿quién –o qué– nos orientará hacia ese estado mental en el que se vislumbra el camino más conveniente, sin miedos, prejuicios o caprichos? Ya eso sería mucho responder.

Mientras tanto pasa, que siga el despojo descarado, la destrucción de posibilidades, el chamuscado de sueños. Tal vez, y como dicen los viejos en las colas interminables, lo que hace falta es terminar de caer para comenzar en serio.

lunes, 10 de junio de 2019

Aritmética emocional

¿Qué tal si agarramos todo lo que ya vivimos y le damos un sentido de agradecimiento? ¿Qué tal si a pesar de lo que nos pudo compungir durante nuestra existencia, agarramos todos esos cables sueltos y los conectamos con buena disposición para que nos sirvan de consuelo? Si al llegar al final de nuestras vidas, nuestra aritmética emocional de ingenieros del éxito resulta negativa, creo que lo mejor sería abrir bien los ojos por primera vez y acoger el otro camino, el que nunca quisimos recorrer por vergüenza; dejarse llevar, tal vez, por eso a lo que siempre nos negamos a aceptar como un logro, como algo de pendejos, de ingenuos comeflores, y comenzar a ver que hubo más razones para vivir que las que hubo para quejarse. 

sábado, 8 de junio de 2019

Derrotar al gigante

Afrontar al gigante. Derrotar al muro. Desmenuzar al obstáculo. Dividir al problema en trozos menores, manejables, digeribles para luego acometer el proyecto, la tarea, el encargo que en principio luce invencible. Pero nunca resulta tan fácil porque nosotros mismos nos resistimos a tal esfuerzo, a semejante empresa. Nosotros —y casi siempre nosotros solitos—, nos damos a la tarea de no hacer la tarea, de poner peros y frenar voltear cualquier flecha que apunte pallá. Eso de apabullarse y cerrar los ojos es el pan nuestro a la hora de movernos, lo que resulta en la parálisis, desdeñando la opción, parados ahí, resistiéndonos a lo que nos afirman “es tremenda oportunidad”.  Pero fíjate que si nos acercamos con algún interés, podremos ver que el mamotreto tiene grietas, divisiones, partes que separadas no meten tanto miedo y hasta suscitan el conocido “¿y eso era todo?”. El todo y sus partes. El todo asusta a priori, mientras que cada una de sus partes deja ver mejor nuestras posibilidades para avanzar. Si logramos acercarnos lo suficiente a la gran cosa, comenzaremos ver conexiones, sucesiones, repeticiones, pequeños mecanismos que podemos entender con muy poco esfuerzo y estando allí mismo, en medio de la superestructura a la que le teníamos culillo, irán apareciendo las ideas, los modos, y sobre todo ese impulso que nos hacía falta para armar el itinerario y arrancar de una vez con nuestro proyecto. Los éxitos posteriores no están garantizados, pero el camino recorrido hasta derrumbar nuestros propios miedos será suficiente ganancia por ahora.

viernes, 7 de junio de 2019

El autoconocimiento



Como origen de una nueva humanidad, hay que seguir caminando hacia el amor hacia uno mismo, ese invisible poblador del segundo mandamiento cristiano. El sol de hoy nos deja ver que no se puede dar lo que no se tiene, por lo que no queda más camino que cultivar el amor propio para luego compartirlo con el otro. Independientemente de lo difícil que pueda parecer y ser, no se visualiza, desde aquí, otro camino. Lo demás es pasión romántica. Lo demás son favores. Lo demás no tiene qué ver con el amor verdadero, ese que hace ver al otro como parte de uno mismo, de lo mismo, y como tal, hay que estar siempre al lado de ese otro que no resulta tan “otro”.
Amar sin conocer es imposible. Así como amar a un país sin conocerlo, sin viajar por sus accidentes, por sus maravillas, conociendo la gente que vive ese país cada día, es imposible, así mismo es necesario saber cuáles son nuestros predios internos, nuestros terrenos no explorados y caminarlos, saber qué llevamos dentro y ante cuáles estímulos reaccionamos y de qué manera, para tener claro el objeto, el destinatario de nuestro amor.

Ningún bienintencionado nos dijo de dónde a dónde llegaba ese terreno con la certeza necesaria, por lo que es inevitable, para conocerlo, recorrerlo e identificar cada rincón con algo de dolor y mucho de honestidad. La mayoría de las veces pareciera que ese recorrido no es voluntario, sino debido a un impulso de pasión o desenfado. Una pareja prohibida, un dinero fácil o una omisión catastrófica pueden funcionar como estímulos para caer por nuestros barrancos, saber el límite del terreno por ese flanco establecer las fronteras de ese terreno que, a fuerza de latigazos, vamos mapeando con precisión.

No se trata tanto de conocer los límites, que contiene una connotación negativa, represiva, sino de delimitar nuestras posibilidades reales. Delimitar viene siendo ese construir el mapa, agregando, cada vez, más posibilidades. Es obvio que todo tiene un límite y eso hay que comprenderlo: a la vez que se podría apreciar lo ajeno, lo que quedó fuera de nuestro terreno como un anhelo o una pérdida, también existe la posibilidad de mirar hacia adentro y regocijarse con el tesoro silencioso que hay allí.

Es difícil concebir que este punto de reconocimiento de uno mismo llegará temprano en la vida, dado que se necesita tiempo y circunstancias adecuadas para recorrer el terreno, ensayar, errar cada vez e ir dibujado nuevas líneas en nuestro mapa, siempre en construcción, siempre en ajuste. Esto da a entender que se necesita llegar a cierto punto de la adultez para comenzar a recoger los vidrios rotos y deshacerse de los escombros a cuestas; para desaprender métodos fallidos y replantear de nuevo el camino bajó una nueva óptica madurada, bajo una nueva luz que nos oriente.

Después de haber recorrido una parte de este complejo camino y desvelar mucho de lo que somos y nuestras posibilidades, es difícil no amarse, no caerse bien, sobre todo porque todo se va haciendo honestamente, ya sin las máscaras y pretensiones del pasado apasionado, sobresaltado, inconsciente.
Un buen día nos despertamos y todo luce con nuevos colores, con otras urgencias, con motivaciones diferentes; y aunque el mapa nunca llega a estar completo, sí se siente una mayor confianza en lo que la vida tiene para nosotros, y no es más que el reflejo de lo que nosotros podemos brindarnos a nosotros mismos, a los demás y así ver si vamos cambiando el rumbo demente de aislamiento en multitud que llevamos hasta ahora.


miércoles, 5 de junio de 2019

Quítate la mitad de los problemas de encima



En nuestra cultura occidental, cuando se presenta un “problema”, inmediatamente se crea otro problema asociado al primero que dispara sus efectos en nuestras mentes o en nuestros cuerpos. Cuando se afronta una situación sin las herramientas necesarias para acotarla y resolverla, se generan quejas, suposiciones, proyecciones mentales fatalistas que afectan de inmediato nuestra mentalidad y nuestra fisiología. No es raro que después de darnos cuenta de una situación repentina en el hogar o el trabajo, nos duela la cabeza, se active el reflujo estomacal o se irrite el colon.

En dos platos: por cada problema que se enfrenta, se suma otro, un segundo problema que nos aleja de una solución sana del primero. Es decir, tenemos el doble de los problemas que se nos puedan presentar, y este segundo problema refleja perfectamente que no contamos con los medios internos para dejar de ver esas situaciones a resolver como “problemas” y no como un paso a dar… si es que necesitase darse.

Estoy de acuerdo con que la mayoría de los problemas que enfrentamos son mentales o inexistentes, y creo que es simplemente porque se relacionan con el pasado o con el futuro. El pasado ya no existe, y aunque algunos digamos que gracias a nuestro pasado somos lo que somos ahora, esta afirmación no nos niega las posibilidades de cambiar a nuestro favor en el presente. Respecto del futuro, bueno, es una figura imaginaria contaminada con el rechazo o el apego al pasado y con los deseos del presente. Como locos de atar tenemos una imagen mucho mejor del futuro del que seguramente se nos presentará y nos frustrará… otra vez.

Si te preguntas en cualquier momento: “¿qué problema tengo ahora mismo?” y lo respondemos con atención y honestidad, podríamos concluir en la mayoría de las veces: “Ninguno”.
Haga la prueba. Pregúntese hoy en la noche, qué problema tiene. Seguro su mente comenzará a bombardear cosas como “la inscripción de los niños”, “el repuesto para el carro”, “la operación de mi mamá”. Como ves, ninguno de estos ejemplos refleja un problema que se tenga o se pueda solucionar ahora. Son situaciones a resolver con un esfuerzo específico, en el momento adecuado y con la disposición del caso, y eso no será. Entonces el escenario está claro: usted está desperdiciando estas horas de su vida, desgastándose en problemas que no puede resolver ahora mismo. ¿Le ha pasado que se preocupa y se preocupa por algo que al final no se dio? Y así seguirán pasando “ahoras” por nuestro lado y yéndose directo al pote de la basura porque no nos dedicamos a vivir los momentos actuales de nuestra vida, esa que transcurre y transcurre sin aceptar devoluciones ni repetir fechas.

Entonces: es un problema por el precio de dos. Definir lo que es un “problema” es casi tema de otro programa. Sin embargo, si no se tiene en cuenta qué cosa lo es, casi cualquier cosa o evento del universo que no sea filtrado o aprobado por nuestra pequeña mente en supuesto crecimiento, será un problema —casi nada—.


martes, 4 de junio de 2019

¿Cuál es tu rebote?


Se me antoja que si Simón José Antonio no hubiese perdido a su amada Marquesa del Toro, hubiese dedicado su vida a su familia y a sus negocios; se me antoja también que hubiesen pasado años viajando por el mundo con todos sus bolívares, vivido en la pujante Europa durante sus años maduros para luego terminar sus vidas en sus haciendas, en estas tierras de múltiples paisajes y colores, tan españolas ellas, en la ya longeva Capitanía de Venezuela. Pero no. Su amor romántico murió por culpa de un bicho y ahora tenemos al General Bolívar como a nuestro Libertador. Ese fue su rebote.

A la luz de este antojo, ¿cuáles serían las circunstancias que motivaron que las grandes personalidades de la humanidad llegaran a ser tales? ¿Cuáles fueron sus rebotes? Existe una gran tentación por describir a estos personajes como de grandes almas, cuando sabemos por chismes que muchos fueron seres tímidos, atormentados y hasta sociópatas.

Pudiera ser que a quién se le dio por liberar a un pueblo del yugo extranjero tuvo como motivación liberarse, en primer lugar, del yugo de su padre. Se pudiera ventilar que a quien le dio por ser el mejor en su área lo hizo porque siempre fue cuestionado cuando niño. Incluso podría decirse que quienes se destacaron como genios del arte o la ciencia, tuvieron la “ventaja” de la soledad que produce la desatención parental.

En el otro extremo, se pudiera afirmar sin mucho temor al desatino, que quienes tuvieron vidas más apaciguadas, lubricadas con afecto, entre caricias y pequeños reconocimientos, nunca fueron “grandes celebridades” de nada, sino para su familia y amigos, para luego terminar, felizmente, en el anonimato colectivo.

Es un tema serio y nuevo, por lo que luce enmarcado más en la especulación y algo de sorna. Sin embargo, no deja de ser interesante saber: ¿cuál es tu rebote?

domingo, 2 de junio de 2019

País de repuesto



Después de muchos años sin la necesidad de cambiar un caucho —una llanta, una goma— al carro, tuve que abrir la maleta y sacar el caucho de repuesto. Resultó que no servía. Estaba desinflado y en muy mal estado, muchísimo peor de lo que pude prever. Así que la dificultad se potenció y ahora estoy peor.

Asimismo, con esta misma aproximación, habría que observar la situación del país, en la que cada uno, ante la crisis, debe sacar, mostrar lo que lleva en la mochila para el camino. En muchas ocasiones, al echar mano de los recursos que llevamos dentro, no encontramos una alternativa válida, decente, una manera amorosa, y menos, elegante de hacer las cosas en los momentos difíciles de la ruta.

Así, como no se saca el caucho de repuesto de vez en cuando, se observa, se toca, se da aprobación para ser lo que nos salvará en alguna contingencia, tampoco sacamos a llevar sol nuestras conductas potenciales, nuestras actitudes cívicas, nuestras facultades amorosas, que son nuestras redes de respaldo y que son, al final, lo que nos llevará más adelante a salir de esto. Es obvio que lo que nos trajo aquí no fue una conducta adecuada, madura, constructiva. También es obvio que las conductas ventiladas durante la crisis tampoco son lo que nos sacará de este atolladero.

Hay que hacer la tarea. Hay que revisar la refacción que llevamos dentro y lo que esta produce en nuestro exterior, en el vecino, en la comunidad, para construir el país de repuesto que necesitamos, ese que nos llevará a un sitio seguro para luego hacer los replanteamientos a los que haya lugar para refundar, más adelante, esta, nuestra tierra querida.





sábado, 1 de junio de 2019

Metida de pata ajena


Ya supe que recordar mis metidas de pata me salva de molestar a los demás. Cada vez que vea a otro a punto de cometer un error, prometo que antes de abalanzarme sobre él, me daré un paseíto por mi pasado y me encontraré haciendo lo mismo. La próxima vez que me reviente de ganas de poner en su sitio al vecinito, cerraré los ojos, apretaré todos mis esfínteres y viajaré al momento de mi niñez en el que era yo quien perpetraba esa misma acción que ahora me parece tan vergonzosa. Debe ser así. Es obligatorio que lo haga. No puedo ser tan hipócrita y juzgar con este, semejante alboroto. Los pocos gramos que tengo de conciencia me visitaron y me reclamaron amargamente sobre mi comportamiento, sobre mi irrespeto continuado a los tiempos de los demás, a sus ritmos de crecimiento y maduración. “Ese no es tu problema” —me dijo—. “Trata de retrotraer, por un momento, esas inflexiones dolorosas que sufriste al crecer y toda la basura que tanto te costó dejar atrás para que te pongas en su lugar. Si quieres, lo aconsejas” —continuó— “le pasas el dato, lo levantas del suelo, pero deja el fastidio, porque lo más seguro es que tú hayas sido mucho peor que ese joven a quien atacas, para ahora erigirte como su juez implacable, ese, que pretende reprenderlo cual si fueras un santo varón”.