viernes, 4 de junio de 2021
El amor basta
Como
es fácil notarlo, estamos perdidos. Perdidos en el paraíso del que salimos y al
que, al parecer, juramos exterminar. En la búsqueda de una aritmética, de
alguna lógica que permita alguna claridad para volver a ese estado de inocencia
que nos restaure al equilibrio con lo que somos realmente, con lo que nos rodea;
y algo aturdido, buscando por debajo de alguna piedra, se propone que con el
amor basta. Pero no se trata de esas caricaturas del amor que hemos fabricado
durante siglos: ese amor sacrificado, desgarrado, apasionado y violento; ese
amor que duele y que cuesta ejercer porque, al fin y al cabo, no sabemos de qué
animal extraño estamos hablando. Me refiero más bien a un amor de pantalones
largos ganado a la conciencia, que ya haya salido de las vorágines fértiles e ilusas
de la juventud y que haya entrado, finalmente, en un estado calmado, reflexivo,
consciente. Se trata de un amor universal, no mezquino, no restringido a la
facilidad de “amar” a unos pocos y al resto me los paso por el forro. Me
refiero a un amor que se manifieste indistintamente hacia uno u otro y no como
si fuese el agua que sale de una manguera o la bala de una pistola. Hablo de un
amor que no tenga qué perdonar porque conoce el origen de la ofensa; de un amor
que no cree ni cobre deudas, porque lo que dio está dado y, como fenómeno
mágico, automático, distribuye las riquezas disponibles sin esfuerzo alguno. Lo
demás parece ser un cuento de camino, una fábula enredadísima que para descifrarse
necesitamos aprender bien algunos argumentos interesados y acomodaticios,
algunas ciencias inventadas para justificar el desmadre, la incomprensión, la
indiferencia, los antidepresivos y ansiolíticos que dicta el mercado para poder
llegar, a rastras, y ser exitosos en un barco que se hunde torpedeado por
nuestros propios desatinos, al separarnos de la naturaleza solo para desecarla
y morir en el mayor despliegue de estupidez universal. Hay que cambiar el rumbo
de esta demencia. Dejemos de tapar la calamidad con un dedo. Dejemos de formar
parte de una estadística triste, costosa e ingenua a juro, de futuros
brillantes gratuitos. Dejemos de buscar explicaciones a lo obvio: todo lo que
no provenga de una acción amorosa, desinteresada, separada del miedo, seguirá
produciendo esta joya vergonzosa de nuestro tiempo que, mirando con mera lógica
y sentido común, nos delata como unos pendejos de primer orden.
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