La juventud es pasión. La pasión es resistencia. La resistencia puede deberse a la falta de conocimiento del terreno en el que nos movemos. Ese conocimiento llega, necesariamente, por medio de la experiencia, por la vivencia de lo aprendido y no solo por el análisis intelectual de los temas. Para percibir la realidad es necesario experimentarla y eso va construyendo nuestro mapa de lo posible. Ese mapa, inicialmente borroso por la fuerza de la inexperiencia y una certeza casi invencible, va definiéndose cada vez más con el paso y la prueba de los años. Muchas nociones tempranas inexorablemente quedarán atrás por falta de vigencia, por falta de correspondencia entre las ideas que se traen de antes y las experiencias que se terminamos concretando. Madurar es cambiar. Quien no madura, no se ajusta a sus necesidades y debe transitar repetidamente por el dolor que causa la resistencia juvenil. De esta manera, quien no madura, quien se aferra a sus ideas tempranas, a sus pensamientos no comprobados, va perfilando sus años tardíos hacia el sufrimiento y la frustración de que todo pudo ser mejor, pero sin terminar sabiendo cómo.
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