Vivo en el culillo de mirar cómo se acerca nuestra extinción. Tal vez soy solo un pesimista más, de esos que salen cada cierto tiempo a profetizar calamidades. De verdad, espero que sea solo eso. Pero la inquietud me embarga y no puedo sino unirme al bando agorero. Cuando uno escucha por ahí “la solución viene de cada uno, cambiando lo que somos” de verdad que nos parece ridícula la afirmación. Y parece ridícula porque, si fuese verdad, tardaría mucho el arreglo de este caos galopante en el que estamos inmersos. Por otro lado, han pasado ya muchos siglos de reuniones, de especulaciones, de conclusiones; de iglesia, de partidos políticos, de organizaciones no gubernamentales, de Green Peace, y la verdad es que el grupo, esa colectividad que ha sido eficiente para tanta segregación y matanza, tampoco luce muy adecuada para solucionar. Se ha convertido el grupo de “gentes” en una opción que va más allá de lo ridículo, mientras seguimos avanzando hacia el barranco, pasando ya el límite para la salvación. Siempre el malo es el otro cuando estamos en el auditorio, al calor de la escaramuza, aunque en silencio nos hinquen los demonios personales. Cuando nos oprimen tenemos los mejores argumentos para la lucha, pero, una vez en el poder, nos hacemos de los argumentos contrarios con gran desparpajo. En todo caso, si quisiera parecer ridículo con las cosas que pienso, preferiré pensar que mientras esa pared, que es la colectividad, esté conformada por ladrillos, por individuos ignorantes, de calidad reprobable, no hay colectividad que valga, por mucho respaldo literario que la respalde, porque, vamos a estar claros: no se sabe quién escribió eso.
miércoles, 27 de diciembre de 2023
viernes, 15 de diciembre de 2023
Lo esencial: ni a los ojos ni nada
Las cosas más
importantes de la vida no pueden expresarse con palabras. Todo lo que pueda
decirse, aun con el avance del lenguaje a través de los siglos, no será
suficiente para expresar lo esencial. Decir “te amo” no es igual que amar. “Te
amo” son cinco letras que salen por la boca y se escuchan por los oídos. Una vez
que ocurre este mecanismo, habría que ver si dibuja realmente lo que se siente
y si el que escucha está conectado con ese sentimiento. Representar. Las palabras
solo representan. El resto está en la mente de quien trata de expresar y de
quien recibe el mensaje. Así como el mapa representa al terreno y el retrato representa
a la persona, el mapa NO ES el terreno y el retrato NO ES la persona. De hecho,
la mentira o los malos entendidos son muestras claras de lo apartado que puede
estar lo que se dice de la realidad. La realidad se ve, se huele, se palpa y
hasta se intuye, pero al tratar de expresarlo con palabras para que el otro, ese
que no ha vivido la experiencia, lo entienda, se convierte en una idea con camisa
de fuerza. Las palabras no son la experiencia. La experiencia es intransferible.
Solo se representar con palabras, pero nunca se podrá decir “la verdad” con
palabras. La verdad deberá ser experimentada para saber qué es. Afortunadamente,
el bienestar real, el que brinda tranquilidad, el que hace desaparecer los
miedos y sus efectos, no tiene qué ver con el grado de instrucción, con la
intelectualidad o el saldo bancario. El calor de la familia, de la pareja, de
los amigos; el sol de la mañana, los pies en la arena, una taza de café, el
amor o la paz son elementos que se pueden representar en escritos, pero está muy
claro que no se pueden transmitir. Si el receptor del mensaje no tiene ya
codificada la experiencia, ese mensaje nunca tendrá el efecto esperado: lo
demás es cuento.
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