lunes, 13 de enero de 2020

Espiritualidad para venezolanos: el primer acercamieto


Cuando uno ha revisado cierto material y discursos sobre la espiritualidad en términos de conciencia, no de religión, y hasta experimentado algunas migajas de sus ventajas, uno comienza a ver cómo se asoma la dificultad al tratar de explicarle este tipo de cosas a los demás, a los panas, a los familiares, a uno mismo.

Cuando se ha entendido que hace miles de años, sobre todo en Medio Oriente y Oriente, mucha gente logró un estado de paz por medio del dominio de la mente por una conciencia superior a ella, por parte de una inteligencia no operativa, la cosa se pone color de hormiga y segurito, si te pones con todo tu entusiasmo a querer explicarle a otro lo que pudiste experimentar, lo más seguro es que te van a mirar raro y continuarán con otro tema. Hay que cuidar ese entusiasmo que te impulsa a regar por ahí cómo solucionar ciertos problemas de la vida cotidiana desde un punto de vista nuevo, extraño, que le parecerá brujería a los demás.

Si vas a hablar de “control mental”, debes tener en cuenta que todos creemos que somos nuestra mente, que mientras más entrenemos la mente, más inteligentes seremos. No mucha gente apoyará que la mente también es un repositorio de basura que te gobierna. En ese caso, cuando comiences a hablar de apaciguar la mente, te van a golpear con el argumento “yo soy lo que tengo en mi mente y mi mente es poderosa e inteligentísima”. Si vas a hablar de “conciencia”, te entenderán “moral” o “ética”. Si vas a hablar de “silencio” o de “paz”, te entenderán “aburrido” o “conformista”. Hablar de muchos términos preliminares al entendimiento solo traerá desinterés o desdén si no se tratan con cuidado y, sobre todo, con elocuencia y sencillez.

Definitivamente, el encuentro con alguien para traspasar el interés en la espiritualidad pasa por la necesidad de ajustarse al entendimiento del interlocutor, a su experiencia, a sus expectativas. Se impone transmitir efectivamente el cambio de eje mental que quien escucha debe tener para curiosear sobre el tema y, sobre todo, entender que por la aparente complejidad de lo que se habla, la cosa no es fácil.

sábado, 4 de enero de 2020

¿La verdad con palabras? no lo creo...

Dime cómo sabe el vino. Intenta por un ratito describir ese sabor para que yo lo entienda. Haz tu mejor esfuerzo para que yo quede con el sabor del vino en mi boca y así aprender de ti, saberlo a partir de tus enseñanzas. Pues, no se puede. Convéncete de que ni el mejor orador ni el más estudioso puede usar solo palabras para transmitir la experiencia. Así es con el vino, así es con la vida misma, así es con el amor, así es con la espiritualidad. Lo que puede hacer la persona bienintencionada es inyectar la curiosidad, la semilla que luego crezca en el otro y éste, por su lado, decida experimentar el asunto. Por eso es que es tan difícil que una persona esparza lo que siente entre otros, entre muchos otros. Una persona siempre tendrá una sola perspectiva de la vida, por lo que nunca podrá abarcar la “verdad completa”, la “verdad de todos”. Lo que logrará en la multitud será despertar la interpretación sobre lo que ella dice y no la exactitud de lo que siente. Luego de salir del recinto, cada quien saldrá por su lado, emocionado por lo que el orador dijo, pero desde su punto de vista único, particular… creando de nuevo su propia verdad, su propia experiencia, su propia creencia.

viernes, 3 de enero de 2020

La indiferencia, ¿complicidad o supervivencia?


Al comienzo todo se puede atajar. Antes de que el mal avance, todo se puede corregir. Antes de perder los frenos, cambiar el rumbo tiene mejores perspectivas. Pero todo ha avanzado. Todo se dejó rodar ante nuestra mirada indiferente hasta llegar al estado actual de descomposición de aquello que en un inicio fue puro y fácil de comprender. Quienes vivieron los primeros momentos de lo que hoy tenemos como regla de vida fueron golpeados real o implícitamente por promesas irresistibles de bienestar llevadas a cabo con la seducción como instrumento principal. La rueda del progreso –o como quiera llamársele− dio sus primeras vueltas bajo nuestras narices, y a pesar de las objeciones, las reacciones oportunas, las que podrían llevarnos a mejor puerto, esa rueda impostora siguió su camino aplastante y aceleró hacia los niveles actuales de inevitabilidad. Nos hicimos los locos por un rato y la comarca se volvió un manicomio. La indiferencia vestida de confianza fue nuestro pecado en los momentos en los que se necesitó de la participación oportuna. Dejamos el timón solo y la rueda quedó a cargo, dictando la receta para su propio éxito… y se aseguró de que así se cumpliese.

Aquí estamos, pues, producto de nuestra indiferencia de siglos; unos, queriendo estar bien y otros, creyendo estar bien, entre sobresaltos, incertidumbres y enfermedades supuestamente sorpresivas invadiendo nuestros cuerpos y nuestras mentes. Aquí estamos, hermanos, con la frustración heredada y siempre heredable de no tener una existencia más simple, más justa, más plena; y es en medio de esta demencia que podemos escuchar a quienes quieren y luchan por su dignidad, por la nuestra.

Son esas voces otrora sencillas, modestas, desenfadadas, que desde el inicio de la locura abogaban por la justicia y el bienestar de todos las que hoy se radicalizan y exigen vehementes nuestra participación en la lucha frontal contra la rueda actual, la ya omnipotente, prescribiendo la muerte, si fuese necesario, para conservar nuestro respeto y la libertad ante el vicio y el pecado instaurados, enquistados en los círculos de poder –visibles o invisibles– y en sus miopes seguidores.

Pero, ¿cómo lograr eso a estas alturas? Retomar el rumbo inicial, el rumbo de la gracia, el camino original se convierte en una empresa que se desvanece a cada minuto, dejándonos desamparados, desnudos, sin argumentos que parezcan válidos ante nuestros semejantes atrapados en el canal del progreso, de la llamada democracia, de la aparente autodeterminación, pero que desde aquí lucen como usuarios adictos de la indiferencia como medio para sobrevivir.