Cuando uno
ha revisado cierto material y discursos sobre la espiritualidad en términos de
conciencia, no de religión, y hasta experimentado algunas migajas de sus
ventajas, uno comienza a ver cómo se asoma la dificultad al tratar de
explicarle este tipo de cosas a los demás, a los panas, a los familiares, a uno
mismo.
Cuando se
ha entendido que hace miles de años, sobre todo en Medio Oriente y Oriente,
mucha gente logró un estado de paz por medio del dominio de la mente por una
conciencia superior a ella, por parte de una inteligencia no operativa, la cosa
se pone color de hormiga y segurito, si te pones con todo tu entusiasmo a
querer explicarle a otro lo que pudiste experimentar, lo más seguro es que te
van a mirar raro y continuarán con otro tema. Hay que cuidar ese entusiasmo que
te impulsa a regar por ahí cómo solucionar ciertos problemas de la vida
cotidiana desde un punto de vista nuevo, extraño, que le parecerá brujería a
los demás.
Si vas a
hablar de “control mental”, debes tener en cuenta que todos creemos que somos
nuestra mente, que mientras más entrenemos la mente, más inteligentes seremos. No
mucha gente apoyará que la mente también es un repositorio de basura que te
gobierna. En ese caso, cuando comiences a hablar de apaciguar la mente, te van
a golpear con el argumento “yo soy lo que tengo en mi mente y mi mente es
poderosa e inteligentísima”. Si vas a hablar de “conciencia”, te entenderán “moral”
o “ética”. Si vas a hablar de “silencio” o de “paz”, te entenderán “aburrido” o
“conformista”. Hablar de muchos términos preliminares al entendimiento solo
traerá desinterés o desdén si no se tratan con cuidado y, sobre todo, con
elocuencia y sencillez.