miércoles, 19 de febrero de 2020

Abandono a futuro


¿Será tan difícil explicarle a un niño que hay cosas que por ahora no entenderá y deberá confiar en sus padres? ¿Será tan difícil que el niño entienda que depende del cuidado de nosotros? ¿Será así de terrible hacerle sentir al niño que sin nuestra presencia y nuestras decisiones está totalmente indefenso? ¿En qué momento fue posible que el muchacho le montara la bota a los padres y les exigiera lo primero que se le vino a su cabeza inmadura? ¿Cuándo fue, pues, que el papel de orientador se deslizó del amor y la experiencia de un padre al capricho del hijo?

A algunos nos resultan preguntas obvias, pero cuando caminamos por la calle, entramos al supermercado, visitamos a un amigo, vemos que la responsabilidad se ha aflojado tanto que toda la situación de la crianza cae en escenarios ridículamente peligrosos.

Pasamos –como dice la sicóloga− de tenerles miedo a nuestros padres a tenerles miedo a nuestros hijos. Parece que el miedo de perder el amor de nuestros hijos prevaleciera por encima de su propio bienestar, de los buenos intereses de la familia, dejando a un lado el deber de formarlos en medio de ciertos valores y reglas para que más adelante se puedan desenvolver con la menor cantidad de sufrimiento posible.

Ojo, no estoy hablando de santurronerías o de vidas perfectas o falsas pretensiones. Estoy hablando de la relación directa que tienen la responsabilidad y la autoridad en la crianza de los tripones. En el mismo momento en que se abandona el rol de guía, comienza a abandonarse la protección futura del niño, y este abandono diferido se irá haciendo evidente en la medida en que el muchacho deje de respetar a su padre, a su madre o a ambos; en la medida en que los oídos sordos sean la respuesta a una preocupación legítima de nuestra parte.

Tampoco estoy hablando de los padres perfectos, dado que nosotros, los padres del pasado también tenemos nuestro prontuario. Estoy hablando de que la familia sigue siendo “la célula fundamental de la sociedad” –como siempre nos dijeron en la escuela y nunca nos terminaron de explicar esa vaina−; y si esta sociedad fundada por padres violentos por un lado y por valores egoístas por el otro han resultado en este desastre de planeta que exhibimos hoy, imaginen la calidad del planeta que se viene forjando ahora mismo, cuando criamos hijos indiferentes, insensibles, abandonados a la tecnología y al juguete destructor dentro de nuestros propios hogares; hijos, que en sociedades que se hacen llamar “desarrolladas” según el criterio de éxito actual, salen con un arma y acaban con sus vidas y con las vidas de los demás.

Todo lo que ahora ocurre se debe a cómo marchó todo en el pasado. Asimismo, todo lo que ocurra mañana será el producto de cómo se hacen las cosas hoy. Yo no creo en sorpresas.


martes, 11 de febrero de 2020

Sobre Joaquín Phoenix y el discurso sobre la naturaleza (Artículo)



Muchos vimos el acto de entrega de los premios “Óscar” el domingo pasado y claro, la victoria de Joaquín Phoenix por la actuación en Joker era casi un mandato popular y de los que saben de eso. En su discurso —bastante sentido, por cierto— destacó varios aspectos personales que necesitaron mucha valentía para salir ante semejante audiencia, lo cual sitúa al actor en un plano de conciencia y de autocrítica muy distinto al mismo sistema que lo condecoró como mejor actor.

Para quien escribe, desde hace algún tiempo, uno de los aspectos más valiosos de un ser humano (sacando por el momento a los sicópatas) es la coherencia, la consistencia entre lo que siente, dice y hace, y me parece que Joaquín está coqueteando con esa coherencia máxima. Entre los argumentos que esgrimió en el escenario estuvo la lejanía del ser humano del mundo natural, tomando como ejemplo la separación de la cría de la vaca para efectos comerciales y la sustracción posterior de su leche, también para el beneficio humano.

Respecto del discurso/argumento de las personas sobre la Naturaleza y su sabiduría, me parece que es acertado en el sentido de que la naturaleza establece sus mecanismos y equilibrios propios que resultan en la supervivencia sostenible de un sinfín de especies animales y plantas de variedad y belleza sin igual, al menos en los planetas más próximos. El argumento de Joaquín sobre la conducta humana en contra de esa sabiduría de la naturaleza gana adeptos porque es cierto, si lo vemos desde el punto de vista romántico: el ser humano saquea mientras infringe las leyes de la naturaleza, lo cual atenta, por mera inconciencia y hasta por falta sentido común, contra su propia supervivencia.

Ahora bien, si el argumento de que la sabiduría de la naturaleza garantiza la sostenibilidad y la permanencia de sus pobladores es indiscutible, podríamos también estar incurriendo en un romanticismo algo ridículo al tratar el tema. Es importantísimo establecer que la Naturaleza no tiene moral, no actúa con ética simplemente porque estos conceptos son productos de la mente humana, y ante la incoherencia de la mente humana, algunos casos del mundo natural pueden resultar una barbaridad, incluso, para los que defienden el discurso a favor.

En el mundo natural, lo que el ser humano llama “promiscuidad”, lo que denomina “robo”, lo que etiqueta como “egoísmo” y que a todas luces son actitudes inmorales, indebidas o al menos mal vistas en la sociedad, no son nada extraños. Si usted ve un video de un león matando a las crías del jefe anterior de la manada para establecer su propia descendencia; si usted mira a las hienas quitando la mitad de lo que los demás depredadores cazan para comer; si puede observar a dos animales peleando por un territorio de decenas de kilómetros cuadrados, y transfiere todas estas acciones al ser humano, no cabe duda de que los juzgará indiscutible e inflexiblemente como un delincuente. Llevémoslo a un contexto cotidiano: quienes comemos carne lo hacemos porque no tenemos que cazar a la presa: o no tenemos la fuerza, la constancia o la pericia, o simplemente no tenemos las agallas para quitarle la vida a un animal y embarrarnos las manos de sangre para conseguir nuestros alimentos. Muchos nos volveríamos vegetarianos o veganos, sin duda, si se plantease esta situación extrema.

Así que esa sabiduría de la naturaleza no es que sea mentira: es que nosotros no somos capaces de asumirla como verdad debido a nuestros esquemas mentales y sociales bien atornillados en el transcurso de nuestra vida, y como cosa rara, de asumir el ser humano el nuevo régimen natural y dada la experiencia de milenios, este sería un régimen hipócrita e inconsistente que nos llevaría, en algún tiempo más adelante, a otra crisis generada por quienes se atreven a señalar el saqueo y la barbarie —por la razón que sea—, como bien lo hizo Joaquín Phoenix.

viernes, 7 de febrero de 2020

La relación conmigo mismo


Eso no existe. La relación con uno mismo solo existe como una construcción mental para imaginarse que cada uno de nosotros somos en realidad dos, y que uno de ellos debe “administrar” la relación con el otro. Es decir que cuando somos dos que tienen una relación, esta viene a ser una relación disfuncional –una más– en la que uno de ellos echa vaina, es caprichoso, impulsivo; y el otro es compasivo, responsable, decisivo. Vaya mala película de gemelos.
Somos uno. Somos el que está en contacto con la conciencia, el que es conciencia. El otro, el malandro de la historia anterior es  la mente sin control, a merced de las emociones, de los caprichos de cada momento, la de los berrinches. Somos uno que tiene a esa mente a su disposición como herramienta espectacular mientras esté supervisada conscientemente. Decir que somos lo que hay en nuestra mente es como afirmar que el asesor de mercadeo es el dueño de la empresa.
Somos uno, pero sin la capacidad de hacerse responsable de sus pensamientos, de sus sentimientos y sus acciones. Somos uno con ganas de ser dos para echarle la culpa a alguien. Somos uno que perdió el camino y, en el transcurso, se entretuvo con métodos, con fórmulas, con artefactos maravillosos, mientras, sentado para siempre a la orilla del camino, se le olvidó hacia dónde y por qué había tomado ese camino en primer lugar.