¿Será tan difícil explicarle a un niño que hay
cosas que por ahora no entenderá y deberá confiar en sus padres? ¿Será tan
difícil que el niño entienda que depende del cuidado de nosotros? ¿Será así de
terrible hacerle sentir al niño que sin nuestra presencia y nuestras decisiones
está totalmente indefenso? ¿En qué momento fue posible que el muchacho le
montara la bota a los padres y les exigiera lo primero que se le vino a su
cabeza inmadura? ¿Cuándo fue, pues, que el papel de orientador se deslizó del
amor y la experiencia de un padre al capricho del hijo?
A algunos
nos resultan preguntas obvias, pero cuando caminamos por la calle, entramos al
supermercado, visitamos a un amigo, vemos que la responsabilidad se ha aflojado
tanto que toda la situación de la crianza cae en escenarios ridículamente
peligrosos.
Pasamos –como
dice la sicóloga− de tenerles miedo a nuestros padres a tenerles miedo a
nuestros hijos. Parece que el miedo de perder el amor de nuestros hijos
prevaleciera por encima de su propio bienestar, de los buenos intereses de la
familia, dejando a un lado el deber de formarlos en medio de ciertos valores y
reglas para que más adelante se puedan desenvolver con la menor cantidad de
sufrimiento posible.
Ojo, no
estoy hablando de santurronerías o de vidas perfectas o falsas pretensiones. Estoy
hablando de la relación directa que tienen la responsabilidad y la autoridad en
la crianza de los tripones. En el mismo momento en que se abandona el rol de
guía, comienza a abandonarse la protección futura del niño, y este abandono diferido
se irá haciendo evidente en la medida en que el muchacho deje de respetar a su
padre, a su madre o a ambos; en la medida en que los oídos sordos sean la
respuesta a una preocupación legítima de nuestra parte.
Tampoco estoy
hablando de los padres perfectos, dado que nosotros, los padres del pasado
también tenemos nuestro prontuario. Estoy hablando de que la familia sigue
siendo “la célula fundamental de la sociedad” –como siempre nos dijeron en la
escuela y nunca nos terminaron de explicar esa vaina−; y si esta sociedad
fundada por padres violentos por un lado y por valores egoístas por el otro han
resultado en este desastre de planeta que exhibimos hoy, imaginen la calidad
del planeta que se viene forjando ahora mismo, cuando criamos hijos indiferentes,
insensibles, abandonados a la tecnología y al juguete destructor dentro de
nuestros propios hogares; hijos, que en sociedades que se hacen llamar “desarrolladas”
según el criterio de éxito actual, salen con un arma y acaban con sus vidas y
con las vidas de los demás.
Todo lo que ahora ocurre se debe a cómo marchó todo en el pasado. Asimismo, todo lo que ocurra mañana será el producto de cómo se hacen las cosas hoy. Yo no creo en sorpresas.