Definir. Conceptualizar, precisar, nombrar, establecer significados. Tanto para comunicarse con otro como para lo que se piensa —el diálogo interno, pues—. Es necesario definir las cosas, los conceptos. Es imperioso, por a vía, aclarar de qué carajos es que se habla. Por un lado, en la relación con los demás se arranca a hablar, a compartir, a trabajar, pero pocas veces se tiene esa metaconversación que nos dirá cómo entender las cosas en adelante y qué significarán al nombrarlas. Hemos llegado a la ridiculez de discutir agriamente con alguien y darnos cuenta de que defendíamos el mismo punto pero, por falta de definición previa, la pasión agarró ventaja. Por otro lado, el diálogo interno. Todo lo que sentimos lo traducimos al lenguaje y no establecemos los conceptos vitales por los que nos regiremos cada día, confundiendo el rumbo por tratar de seguir malos entendidos o recetas ajenas sin filtro. Si no definimos, por ejemplo, los conceptos de felicidad, libertad y seguridad, es harto posible que lleguemos a algún cumpleaños más adelante con frustraciones o, incluso, con agria sorpresa. Así que, mi amigo/a, definamos: sepamos de qué carajos hablamos.