miércoles, 7 de junio de 2023

Declaración para la supervivencia

En un mundo tan enloquecido como el de ahora, en el que todo parece sin sentido a pesar de toda la historia, la ciencia y la tecnología, pero que aun así terminamos llorando en la madrugada en nuestras camas, hay que comenzar a mirar y a sentir las cosas de otra manera. Y esa otra manera no puede seguir siendo voltear hacia otro lado, dejándonos arrastrar por toda la basura que circula por nuestras fantasías y nuestro exterior. Se plantea un replanteo. No es mentira que la sociedad, igual que un edificio, tiene la calidad acumulada de sus componentes, de cada uno de sus ladrillos, y si esa combinación de materiales es, finalmente, un engaño, la construcción eventualmente se vendrá abajo y eso es lo que sucederá. Parecerá trillado, desgastado, pero el amor es el instrumento con el que debemos afrontar el desastre actual y la extinción en proyecto. Pero no es la idea que tenemos todos del amor la correcta. El amor no puede ser un amor ignorante, suicida; su abnegación no puede rayar en la esclavitud. Muy por el contrario, el amor, a falta de la sabia inocencia original que lo debería guiar, debe ponerse práctico y visionario, leyendo a priori los caminos a recorrer para obtener la salvación de los vicios que la actualidad nos vende. En primer lugar, debemos descubrirnos como parte de un todo, de lo mismo: tenemos las mismas necesidades, las mismas potencialidades y, si no nos ponemos las pilas pronto, el mismo final. El amor, ese guerrero en cuerpo de monja, debe comenzar a dibujar su propio mapa, sus propias maneras, sus desprendidas y desacomplejadas formas para lograr un equilibrio individual y por ende general, sin miedos al juicio de autores y seguidores de la autodestrucción en marcha. Hay que develar el misterio de lo incierto, exponiendo a la luz de la conciencia todo los miedos enquistados en la mente, en “lo que podría y debería ser” y avanzar hacia la comprensión de lo que realmente es, de lo que cada día ocurre detrás de todo ese circo teatral y dramático que nos planteamos a diario. Debemos comenzar a creer que cada cosa tiene un conjunto de causas que la produce, lejos de mantener la creencia de que todo se debe a una sola cosa que tiene un solo remedio. Tenemos a fuerza que dejar de sorprendernos con los pobres resultados de nuestras pobres gestiones, de nuestras decisiones tomadas a la ligera, en medio de una emoción disfrazada de pasión redentora. Debemos dejarnos de pendejadas de una vez por todas y asumir la responsabilidad por lo que pensamos, sentimos, decimos y hacemos y de echarle la culpa a cualquier otra cosa que no seamos nosotros mismos en nuestra inconciencia. El amor podría resultar de esa comprensión, de la conciencia del mecanismo real que mueve la vida. El amor no puede seguir siendo esa cosa pendeja, desbocada y malentendida que hasta ahora ha usurpado el trono de lo constructivo, de lo humilde y poderoso a la vez, de lo único que puede salvarnos con su claridad. Nadie dijo que sería fácil. Que las cosas resulten fáciles nos tiene el cerebro lleno de basura, incluso para aquellos que tienden a ser luchadores incansables; total, y como dijo Stephen R. Covey, hay gente que sube en la escalera de la vida y llega a la cima solo para enterarse de que estaban en la pared equivocada. Salvémonos.