La felicidad parece ser el anhelo decente de toda persona, sin duda, pero entender qué cosa es la felicidad se pierde en el rumbo de su conquista; se desgasta a medida que avanza el camino hasta quedar su significado enganchado en un flaco cliché que no pudo representar qué cosa se buscaba. El dinero, la posición social y el amor romántico se erigen como representantes de ese llamado estado de bienestar que todos queremos, pero que no sabemos con qué se come. Unos afirman que, según su experiencia, la felicidad solo se manifiesta en pequeños momentos, mientras otros afirman que pueden ser felices en medio de las tristezas de la vida. Así es como el concepto grandioso de felicidad va desinflándose, pasando de ese idilio permanente con la vida que esperamos en nuestra juventud, hasta llegar a una palabra moldeada, manoseada que hay que defender hasta la muerte dándole un carácter positivo, de certeza, que permita seguir creyendo en él. Por mi parte, he creído que el concepto tradicional de felicidad es, voluntaria o involuntariamente, una invención de vendedores de productos relacionados con el bienestar, pero que ante la evidencia de su temporalidad, de su carácter efímero, vienen e inventan otro producto más para vender. No hay duda de que todos buscamos honestamente algo que nos mantenga “felices” por el mayor tiempo posible, pero parece que todos los caminos que hemos tomado obedecen más a impulsos externos que a factores internos y creo que por ahí van los tiros, que a eso se debe la vida limitada que tiene la felicidad que podemos experimentar. Para mí, cada vez más, la felicidad se parece a la paz, a la tranquilidad, al equilibrio. La felicidad, como el amor, siempre se dibuja con líneas alteradas, como de comercial de seguros, como una promesa grandilocuente de piernas cortas. Existe una especie de sobrevaloración de algo que ya en sí tiene mucho valor, como el bienestar permanente. Es una especie de circo, de construcción endeble que siempre termina en algo mucho más conocido, más experimentado: la infelicidad. Eliminando de nuestras cabezas esa noción drogada de la felicidad debería quedar una visión de gozo, de alegría en cada momento que en esencia ayude también a combatir las pocas tristezas que queden. Creo firmemente que el bienestar que da la paz, el equilibrio de las fuerzas que inciden sobre nosotros no resultan en un escenario neutro, aburrido, sino en el terreno gozoso para que nazca el verdadero amor, lo cual constituye, sin duda alguna, el santo grial que hasta ahora el término “felicidad” ha venido usurpando tan precariamente.
miércoles, 13 de abril de 2022
La felicidad hasta ahora
La felicidad parece ser el anhelo decente de toda persona, sin duda, pero entender qué cosa es la felicidad se pierde en el rumbo de su conquista; se desgasta a medida que avanza el camino hasta quedar su significado enganchado en un flaco cliché que no pudo representar qué cosa se buscaba. El dinero, la posición social y el amor romántico se erigen como representantes de ese llamado estado de bienestar que todos queremos, pero que no sabemos con qué se come. Unos afirman que, según su experiencia, la felicidad solo se manifiesta en pequeños momentos, mientras otros afirman que pueden ser felices en medio de las tristezas de la vida. Así es como el concepto grandioso de felicidad va desinflándose, pasando de ese idilio permanente con la vida que esperamos en nuestra juventud, hasta llegar a una palabra moldeada, manoseada que hay que defender hasta la muerte dándole un carácter positivo, de certeza, que permita seguir creyendo en él. Por mi parte, he creído que el concepto tradicional de felicidad es, voluntaria o involuntariamente, una invención de vendedores de productos relacionados con el bienestar, pero que ante la evidencia de su temporalidad, de su carácter efímero, vienen e inventan otro producto más para vender. No hay duda de que todos buscamos honestamente algo que nos mantenga “felices” por el mayor tiempo posible, pero parece que todos los caminos que hemos tomado obedecen más a impulsos externos que a factores internos y creo que por ahí van los tiros, que a eso se debe la vida limitada que tiene la felicidad que podemos experimentar. Para mí, cada vez más, la felicidad se parece a la paz, a la tranquilidad, al equilibrio. La felicidad, como el amor, siempre se dibuja con líneas alteradas, como de comercial de seguros, como una promesa grandilocuente de piernas cortas. Existe una especie de sobrevaloración de algo que ya en sí tiene mucho valor, como el bienestar permanente. Es una especie de circo, de construcción endeble que siempre termina en algo mucho más conocido, más experimentado: la infelicidad. Eliminando de nuestras cabezas esa noción drogada de la felicidad debería quedar una visión de gozo, de alegría en cada momento que en esencia ayude también a combatir las pocas tristezas que queden. Creo firmemente que el bienestar que da la paz, el equilibrio de las fuerzas que inciden sobre nosotros no resultan en un escenario neutro, aburrido, sino en el terreno gozoso para que nazca el verdadero amor, lo cual constituye, sin duda alguna, el santo grial que hasta ahora el término “felicidad” ha venido usurpando tan precariamente.
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