Tratar de explicar la vida requiere, por un lado, algunos esfuerzos y por el otro, dejar de hacer algunos otros esfuerzos inútiles y perversos. Creo que merece la pena ese intento de comprenderla bien hasta el punto de la conformidad. Avanzar al ritmo que permitan los días hacia esa comprensión nos ayudará, muy poco a poco, entre autosaboteos y desmontajes de la vieja naturaleza, ver la existencia como el transcurso entre un principio y un final y, con ese presupuesto, arrancar por fin a vivir al ritmo que nos lleve a lograr la paz, a aceptar lo que venga, a dejar de resistirnos a lo que es como es porque así es. Sería como armar el rompecabezas antes de opinar sobre la imagen completa.
No se trata de ponerse religiosos o adoptar declaraciones mágicas de moda. Es tan simple como comprender que si caminamos con los ojos cerrados será inevitable que hoy o mañana tropecemos: eso es solo el más simple sentido común. Más bien hay que ir abordando todo ese pensamiento mágico que venimos arrastrando desde pequeños y que inconscientemente nos hace proyectarnos hacia metas y pensamientos que no satisfacen nuestras necesidades. Obtener lo que se quiere por regla general va contrapuesto a obtener lo que se necesita y por eso no es raro ver gente que logró subir hasta la cima en la escalera de la vida solo para darse cuenta de que estaba en la pared equivocada (S. Covey).
Particularmente, creo que hay un orden que rige el universo y existe una especie de ecuación que explica su comportamiento en su totalidad, pero los límites actuales de nuestro cerebro no pueden abarcar todas las variables de esa ecuación y terminamos por desechar la idea, tomando el camino corto y entregando el control a nuestras mañas, condicionamientos y resistencias habituales. Es difícil saber cómo funciona todo lo que llevamos dentro y nuestro entorno, pero debo insistir en la aritmética que propone una ecuación reguladora. Como lo pudiera ver, esas operaciones bien ajustadas que explican el universo garantizan un mundo justo, aunque esa justicia no se perciba o no se aprecie con claridad y hasta parezca no existir. Sin embargo, a un nivel consciente, todo lo que ocurre es lo que debe ocurrir si nos basamos en las causas de los acontecimientos y no en nuestra recortada visión o en nuestros deseos.
Por otro lado, a esa aritmética universal inexorable se le puede aportar una dimensión humana que jugaría a favor, que es el amor. Tal vez, tratando de hurgar en las dinámicas en la que interviene el amor no salta a la vista la justicia y hasta parecería que hay demasiado desequilibrio, bien por lo que gana finalmente el ofensor o por esfuerzo que aporta el ofendido cuando interviene el amor.
Habría que reconocer que el aporte del amor a esa aritmética es hacia el lado positivo: se produciría un desbalance a favor, las cuentas de nuevo en un azul que aliviaría la vida y apuntalaría la esperanza de que en algún momento dejaremos atrás la escalada de sufrimiento causado por la inconciencia acumulada y miedosa y comencemos a marchar, de una vez, hacia adelante, solidariamente, aligerando el flujo de la existencia de todos y de cada uno de nosotros desde la dimensión del amor: eso sí que es voluntario.